Adventus
Fue a control hace dos días y el doctor le dijo que estaba todo listo, que en no más de una semana nacería el niño. La futura mamá se lo contó así, en Instagram a sus amigas, y publicó un par de fotos y una historia. Recibió de vuelta muchos likes y en los días siguientes prepararon con su marido el nuevo regazo.
El pequeño por supuesto no lo recuerda. Él debió desprenderse ese día del cordón umbilical que antes le dio luz en su universo, además de calor, esperanza y refugio. Pero fue en el parto, que no tuvo otra alternativa más que salir de su capullo por efecto de nacer, para ser.
Bueno, el niño era antes también. Lo fue desde que algo mágico que escapa a nuestra comprensión, lo instaló en el espacio-tiempo del existir que conocemos. Fue por supuesto en el vientre y en el alma de su madre, tan dentro de ella y tan cerca de su papá, en su universo que trabajaba henchido, haciendo estrías de amor. Esa parte antecesora de su existir no supo de lunas ni de noches o de días, sólo de latidos y voces cimbradas de susurros de cuna.
Milagro de amor que se repite a estas alturas en este pequeño celeste despertar del universo, doscientas setenta mil veces al día. En cada rincón de nuestro diminuto planeta una palmada sigue al llanto que derrama lágrimas anunciando vida. Y los muchísimos más anhelos, son de fértiles milagros, también vida.
Luego crecemos acurrucándonos en los brazos maternos o en su defecto sintiendo sin duda la orfandad cuando ese contacto no existe o no pudo o les fue quitado, a la madre y al hijo. Pero incluso en esos casos, guardamos más allá de nuestras lunas temerosas de niños, aunque sea una remembranza de amor y cobijo. Es lo que se vislumbra por ejemplo en ese andrajoso al que le dicen el “Jose chico” y que pide en una esquina, con sus mechas paradas y su cara sucia, con su mirada de una suerte de adulto diminuto. Mira al bulto o baja la vista y no se ríe. Pero es niño.
Noviembre en Chile aunque parece que se hubiera acabado, era o quizás es el mes de María. Era o quizás es Madre, es Matriz. No se luce por afanes propios sino por sus frutos, y le dice a todos, que hagan lo que Él les diga.
Noviembre es anticipo y es lo que queda cuando todo se ha cumplido. Vamos cerrando el año. Es la víspera que espera. Es amor fecundo y generoso, que no puede simular sus ansias por que la estrella llegue finalmente al pesebre. Quiere saltarse, apurar el año porque el nacimiento es inminente. Es que hablando de sí todo se desborda en su vientre. Porque es desde que ese hacer se hizo, que el Hacedor nos quiso.
A veces pareciera que la vida la dio a luz un reloj. Vamos creciendo como los árboles y se nos engrosa nuestra corteza y nos surgen grietas. Surcos que nos distraen o que nos engañan insinuándonos que la vida tiene un tic tac de pasado, presente y futuro, cuando la verdad es que es en plenitud, todos los tiempos juntos.
Ese niño no ha dejado de existir. Sólo ocurre que se fue cubriendo. La eternidad que lo espera para cuando se acabe su periplo por el espacio-tiempo, no tiene reloj. Sencillamente la eternidad escapa a nuestras comprensiones porque Es.
Qué mejor regalo el que nos deja noviembre, en su intento de abrirnos los ojos de regreso al origen, para que volvamos a nacer. Para que no olvidemos que por debajo de la corteza y de los años vividos se mantiene intacto ese Niño de Luz, que habita en nosotros y que en su reloj sólo contiene la palabra “ahora”.
En la dimensión de nuestro refugio celeste, miro al que gustó de morir por nosotros para hacernos la ruta de regreso al regazo del que no debimos salir. No de vientre sino de Matriz, Paraíso anhelado de Justicia y Bien.
Que la esperanza nos saque del marasmo de la mediocridad y que nos entusiasme a poner nuestras manos en un arado de buenos valores, rectitud y verdad. Adviento de abundancias salidas de nuestros propios afanes para regalar al mundo lo mejor de nosotros mismos. Que nadie sobre y que nos gastemos en nuestros empeños infatigables hasta más que llegar, logremos efectivamente volver. Al propósito, siempre de nuevo. Y que así nos sorprenda el último día de nuestras vidas, llenos de misiones cumplidas que muestren a los que vengan, un ensayo de eternidad.
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