Adviento

Difícil resulta abordar desde el mundo de la empresa esta materia propia de la fe. Y es curioso que así sea puesto que Adviento, proveniente del latín “adventus”, significa “venida”. Refiere al efecto algo tan común al emprendimiento, oficio que busca traer una y otra vez un futuro factible a su presente objetivo.

Intentémoslo entonces, porque sería bueno para nuestro país, que entre tanta incertidumbre, violencia y pérdida de confianzas, pudiéramos abrir este regalo que nos deja noviembre, de preparación a la Noche Buena y de volver a esos espacios que guardamos en el alma.

Adviento es el anticipo, la preparación del espíritu para el nacimiento de Jesús, de ese hombre que se presentó al mundo como el Hijo del Dios Vivo. Comencemos al menos por señalar que más allá de toda dimensión de fe, en el plano de nuestra humanidad pura y dura, la referencia es al Hombre que partió nuestra historia conocida, para moros y cristianos, en un antes y un después.

Noviembre en nuestro querido Chile, oficia primero de anfitrión del Mes de María. Luego, al final de su existir y más precisamente desde cuatro domingos antes de Navidad, nos instala en el tiempo de Adviento. Entonces la puerta de la Esperanza se abre al futuro de par en par.

Las empresas que por cierto se hacen de personas, no podrían existir si no engendraran en sus intersticios una semilla de esperanza. ¿Cómo podrían definirse propósitos, cómo lograrían aventurarse a riesgo alguno, si en ellas no habitaran simientes de ilusiones y ante los problemas cotidianos, voluntades y capacidades de reacción no agotadas?

Adviento, en las empresas,  coincide con el espacio en el que comenzamos a medir el camino andado, ese que nos propusimos unos trescientos días antes y que previstos sus riesgos, nos movieron a tesar las velas hacia direcciones nuevas. De oportunidades, de temporal, de oquedades mudas y ciegas y al final, de lo que está hecha la vida, de esos sueños que luego el presente quiso interrumpir o simplemente sorprender más allá de todo cálculo. No nos olvidemos que antaño un hombre por querer viajar a la India, descubrió en su emprendimiento, América.

Adviento no tiene nada que ver con las utopías y en contrario, mucho, con las esperanzas compartidas entre los desafíos que nos exceden y los que nos requieren. Adviento llama a los “Noé” de todos los tiempos a tener fe en los aparentes imposibles. Y es que el emprendimiento sin sueños es como el trabajo sin sentido.

En Adviento la tradición propone encender durante los cuatro domingos anticipatorios de Noche Buena, sucesivamente, una vela.

Que nuestra primera luz en el hábitat de las empresas sea de medir, de corroborar qué hicimos, qué nos resultó y qué parte de nuestras pretensiones no fueron más que cálculos equivocados, o propósitos que humanamente intentados, murieron víctimas de nuestras limitaciones propias o ajenas. Que miremos ese pedazo de tiempo que ya transita al pasado y que lo convirtamos en experiencia aprendida.

Adviento. Palabra que inspira la búsqueda anhelante de una esperanza que llega. Que en consecuencia, nuestro propósito, palabra proveniente del latín propositum (poner por delante), sea en nuestras empresas la llama de nuestra segunda vela. Que en cada empresa hagamos en este tiempo introspección, renovando nuestro sentido de propósito. No se nos olvide que el trabajo en equipo consiste en hacer todo menos lo que le corresponde al otro, y que ese otro para muchos, eres tú.

Adviento marca el comienzo del año que mueve nuestros tiempos de fe. Sabia decisión esa de anticiparse a las realidades pedestres, para que las mismas, las que hacen nuestra cotidianidad, puedan llenarse de vida interior antes de partir.

¿En las empresas, no son acaso sus planes estratégicos, una suerte de profesión de fe?

Que se  nos encienda la tercera vela sobre un plan de superación concreto, aprendidas las lecciones de discernir lo que media entre la teoría y la práctica, para que logremos vincular mejor esperanza y esfuerzo, meta y camino.

Y que al final del Adviento, ya en la fragua de nuestros planes para el futuro que llega, encendamos la cuarta vela inspirados en la Pasión. Que recibamos esa fuerza capaz de llenar de esperanza la oscuridad más definitiva, esa que visitándonos en nuestra bóveda del tiempo, renace cada veinticuatro de diciembre para transformarnos por completo. Pasión que otra vez nos ofrecerá un futuro no exento de cruz, pero camino seguro a nuestros destellos de cielo, en los que la muerte y el tiempo no tendrán cabida.

 

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