Cincuenta días

Un buen imaginario de mayo es gris, de hojas quebradizas y viento cortante. También es para nuestro querido Chile, ese pedazo de tiempo que instala su zenit en la rada de Iquique, a la par que en el monumento a nuestros héroes de mar.

Habitante de otoño que prepara el devenir con esas realidades que antes florecieron y que en su mérito, ahora les corresponderá abonar la tierra. No es que se hayan caído, resulta más bien que se justificaron ya bastante y han descendido de las ramas de la vid para descansar en la tierra fértil que las solicita en experiencia. Todo se insinúa dispuesto en la víspera de las lluvias, lleguen éstas o resulten mezquinas para nuestras esperanzas.

¿Qué pasado de “fértil provincia señalada en la región antártica famosa”, será en ofrenda el fruto que nos traerá el futuro?

Este mayo en particular, nos ha donado en su día siete, un pronunciamiento ciudadano potente, como si en alegoría hubiera sido reflotada la Esmeralda. Nos ha sorprendido interpelando el futuro inmediato con un “quo vadis” y desafiando los extremos, a que sean capaces de convenir acuerdos.

Chile, miembro de número de estos tiempos en los que residen tormentas de lenguajes nuevos, de palabras inventadas y discernimientos errantes que han debilitado la certeza de lo cierto.

Chile, terruño que se encuentra en “Consejo Constitucional”, pensando su noción fundante mientras sus realidades se han enfermado de manera extrema.

Patria frágil que busca lucidez, mientras su fábrica de leyes no da abasto para acordar sus procederes, a la vez que los planos para su casa de todos. Tiempo que en cada amanecer nos vuelve a sorprender inmóviles ante un tsunami de realidad inundada de promesas.

Coincidencia o no, qué regalo que este mayo nos haya dejado también la remembranza de los once. Acontecimiento por cierto de fe, pero también, indiscutible suceso histórico.

Ellos se han reunido cincuenta días después de la Resurrección de Cristo en Pentecostés (del griego “pentekoste” que significa “quincuagésimo”). Están ahí constituidos y con ellos también se encuentra María. Jesús se los había prometido cincuenta días antes. Ellos presenciaron su ascensión y cuánto debieron haber rezado, esperado seguramente ansiosos, también temerosos e inmóviles, el cumplimiento de su promesa. Y ese día, les ha llegado por fin en “lenguas de fuego”, el Espíritu Santo.

Cuenta el Evangelio que salieron transformados, que se les abrieron los discernimientos y que podían escuchar y comunicarse con las gentes en su propio idioma. De la reflexión a la acción, no dejaron de ser los mismos hombres mortales y débiles, pero en la conciencia de ser Hijos de Dios, se llenaron de confianza.

Constituidos en su raíz, propósito y sentido, no debieron esforzarse para ceder en nada sustantivo.

Este mayo nos ha regalado insinuaciones claras para intentar escoger los problemas correctos. Nos ha advertido que Chile no requiere en pago al entendimiento, una casa de todos que sea el mal menor o la desagradable aceptación de una verdad a medias.

Así como las fronteras requieren claridades y trazados prístinos, de igual forma las Constituciones necesitan ser el sabio acuerdo de nuestros “mínimos comunes”, donde el pan sea pan y el vino, vino. El Chile que colinda con su frontera no tiene nada de extremo, sólo ocurre que hasta ahí llega.

La verdad no permite acuerdos, no resulta en ceder. La verdad es objetiva y concreta aunque por cierto, subjetiva para cada cual, tanto como el nombre que nos da identidad o la suma de esas mínimas certezas que nos convierten en padres, madres, familia, hijos, prójimo, ciudadanos y en otros pocos precisos etcéteras.

No será la Constitución vigente o su eventual próxima versión la que teste nuestro futuro, sino el ejercicio en libertad que potencie nuestros “máximos personales”. Ahí se despertarán nuestras esperanzas vivas, amparadas por las certezas que nuestra Constitución albergue y resguarde, como depositaria de nuestros “mínimos comunes”. Actuando en contrario, no lograremos entendernos y Babel hará llover sobre nuestras lenguas de luz, apagando nuestras vocaciones verdaderamente ardientes.

Cincuenta días. No es cuestión de tiempo sino de claridades, de escoger el problema correcto. En las empresas y en las familias lo mismo. Pocos pero importantes e inviolables mínimos comunes, que den rienda suelta a la belleza, como fruto de la libertad respetada en virtud y certeza. Partamos por nosotros mismos. Que ese Chile sea posible en cada persona y por esa consecuencia, en todos nosotros.

 

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