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“General, contésteme con la mayor precisión posible. ¿Cuántos Carabineros faltan en el país?” -Don Ricardo Yáñez se esfuerza en responder al inquisidor periodista que lo está entrevistando en el marco del nonagésimo sexto aniversario de Carabineros de Chile-. Le admite que “no lo sabemos”, que depende de muchos factores, que el plan cuadrante permite conocer los tipos de delitos por zona geográfica pero que no lo tienen implementado en todas las comunas del país. Es un General y por supuesto, debe cuidar sus palabras, no puede ser deliberante. Pero en los pensamientos mudos de la audiencia, surge la inquietud de cuánto incidirán en la respuesta factores tales como el desempeño de la Justicia, la puerta giratoria, el rol de la prensa y el grado de certeza jurídica en el que se desenvuelve Carabineros.

Fácil la pregunta, difícil o quizás imposible la respuesta.

El ejercicio precedente devela un problema transversal, propio de los tiempos que corren y que advierte paradojalmente en la era de la conectividad, una suerte de desconexión total. Nos referimos a la interrelación debida entre las partes de un todo, comportamiento que determina y permite justamente que ese todo logre ser más que la suma de las partes. Caso contrario, las fuerzas intervinientes se anulan. Lo que deviene luego, es lo que llamamos una “falla sistémica”.

Entonces se frustran las expectativas, se quiebran las confianzas y aparecen nuevamente las promesas vestidas de certezas delante de las ignorancias.

Este fenómeno provoca dos consecuencias. La primera, un desplazamiento de carga en el que cada parte acusa el descrédito de la otra y de alguna forma se descuelga de sus aportes. El Gobierno propone la idea de un Estado Empresario, aspiración bastante más cautivante que derrotar el crimen organizado, mientras el sector privado desinvierte y moviliza sus capitales hacia otros territorios. Éste, con rictus crítico, se olvida de su responsabilidad por no haber sido fiel en lo pequeño y no entiende cómo fue que las ideas libertarias cayeron en descrédito. Los gremios se politizan y la relación público privada se convierte en un juego de suma menor que cero.

En el mundo de la empresa, el trabajo con su rango de derecho provoca pérdidas en la productividad, crecen los empleos informales y el círculo vicioso es para llorar. Metas concretas atendidas con planes inciertos o a veces inexistentes, hablan de premios sin necesidad de méritos que los avalen.

La segunda consecuencia abre una caída libre en los resultados y en los esfuerzos por lograrlos. De bajada siempre se va más rápido. Se instala la normalización de cuanto incumplimiento existe en el pacto social y la palabra empeñada desaparece en medio de una realidad “chanta”.

Suena duro y negativo. Pero sería muy difícil que los síntomas del conjunto fueran distintos de lo que le ocurre a sus partes. Y todos se abisman de las licencias médicas que crecieron en un cien por ciento, de la evasión en la locomoción colectiva y de la inflación que no se basta frenar un sexto retiro. Nadie ha mencionado que mucho mayor que ese daño, ha sido el de restar a la fecha producto de los retiros anteriores, algo más de ocho años de ahorro para las futuras pensiones que a los actuales cotizantes les deberán financiar sus hijos. Bonita herencia. Largo por corto plazo, nubarrones de futuro.

En el mundo cotidiano del trabajo y la familia, el ambiente de tensión propio de los crecimientos virtuosos, se convierte en presión, ayudante predilecta de los sueños perdidos. Ya no importan los planes, importan los presupuestos. Éstos últimos, todos lo saben, no se cumplirán. Pero será por la culpa del contexto y habrá que ajustarse, porque siempre será más fácil reducir los gastos que incrementar los resultados. Algún día toparemos fondo.

¿Y dónde quedaron los propósitos?

No escribas tan duro. Hay que ser optimistas.

Abril va concluyendo y en sus calles se visten sus árboles de hojas cobrizas. Ha querido derramar gotas silentes de lluvia antes de despedirse  y la atmósfera nos dispone un paisaje ofrecido en odres nuevos. Sólo falta que nos fijemos y que permitamos entrar por las rendijas de nuestro sentido común, el valor potente de estrategias sencillas. Podemos hacer todo, menos lo que le corresponde al otro. Trabajo, austeridad, ahorro, amor al fin y al cabo. Comencemos por nosotros y el futuro volverá a mostrarnos sus luces de esperanza.

 

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