Creci-miento

Cuando la naturaleza deja rienda suelta a las tempestades, los ríos no distinguen sus fronteras y la fuerza descendente de la montaña arrasa sin aviso los dominios humanos. Cómo se nos verá de pequeños, buscando arcas hasta que amaine el tiempo.

Es majestuoso el río que armoniza en su fuerza contenida, obediente de sus orillas. Nos agrada más que su alicaída sequía con sus costras de lecho al aire vivo, o que su insurgencia desatada en un diluvio incontenible.

En la ciudad, en nuestro hábitat, junio ha sido cual remembranza de caminos cortados, el espejo de un pacto fiscal que se ha debatido en su intento por reunir consensos, mientras ha quedado claro que no se trata de falta de recursos sino de eficiencia en el gasto. Cómo hacerlo entonces para despertar la iniciativa, deshacer las trabas a la imaginación y reducir los miedos para que los ríos de oportunidades nos desborden hacia un Chile desarrollado y deslumbrante, tanto como nuestros sueños bien fundados.

¡Así debería ser!

Evidentemente, desarrollo es crecer. Pero esa casa colgando de un socavón, lo mismo que la norte-sur cortada en una suerte de paraplegia vertebral, insinúa que no es lo mismo “crecimiento” que “creci-miento”.

El creci-miento, es como el desborde del Achibueno, que ha dejado a su paso riberas de basura, sembradíos arruinados y “daños colaterales” que no venían por separado.

Quizás esta postal de junio nos anime a observar nuestro “creci-miento” de los últimos años. Cómo ocurrió que de pronto fuimos perdiendo fuerza, provocando las odiosidades y protestas en pos de los derechos sociales, la equidad, y la demanda por una casa de todos que fue tomada.

El creci-miento desemboca en el sinsentido, ese afluente que aparece de pronto, alimentando nuestra creatividad gorda y perezosa por sobre la que fue joven, propositiva y despierta. Algunos ejemplos: No sabemos cuándo fue que los bancos lanzaron sus ofertas de seguros de fraude. Cuándo fue que se les ocurrió poner en venta su razón de ser y cómo nos aletargaron cual ranas hervidas. Ganancia de cero valor efectivo, transferencia de carga y espejismo puro.

Creci-miento de las grandes empresas tecnológicas, que hicieron de la obsolescencia programada su futuro, incluyendo la industria del hackeo cibernético, como si sus clientes fueran los responsables de mitigar sus riesgos.

Creci-miento en la enseñanza escolar al estilo Chat GPT, que manipula la excelencia a la baja, exportando mediocridad a las universidades y luego éstas al mundo puro y duro, dotándolo de talentos carentes de pensamiento crítico.

Nada de negativismo. Todo digitalizado, y si usted no entiende, marque uno.

Al interior de las empresas, el creci-miento se manifiesta a modo de ejemplo solamente, en las licencias médicas truchas, moralmente aceptadas en una suerte de conmoción difunta. Lo mismo que en la alta rotación producto de los débiles esfuerzos inductivos o en el lenguaje de las acciones cortoplacistas desatendidas del futuro. Puente cortado entre productividad y recompensas.

Entonces, un día, la posición dominante se convierte en la mejor estrategia y la riqueza financiera se precipita torrente abajo, desesperadamente, buscando satisfacer su apetito por riesgo.

El creci-miento es como el comando Wagner de la guerra, un acelerante que va percudiendo el propósito, hasta que tan mediocre en sus efectos, despierta la opción oscura de esa especie de oferta mesiánica que ofrece un hermano mayor, dispuesto a encargarse de instalar el paraíso en la tierra. Un Estado Social de derechos, que propone la felicidad omitiendo el hecho que no existe milímetro cuadrado de humanidad, que no sea corruptible por la codicia y el poder sin contrapeso.

Creci-miento alarmante de un experimento público-privado, que anuncia el esplendor futuro del litio, para quien quiera saber qué se entiende por conflictos de interés. Creci-miento de colusiones y de instituciones leguleyas que van tomando la costumbre de amenazar sanciones, caiga quien caiga, para que todo ocurra bajo mínima decencia.

Al final, parece que Nicanor Parra tenía razón. La derecha y la izquierda unidas, jamás serán vencidas. Pero es aconsejable que la libertad y el bien común lo hagan con separación de bienes. Que no se encuentren en el medio, más bien que se complementen en una suerte de contrapeso.

Falta poco para que sea diez de septiembre. Por la moral, por la moral, por la moral, no la de los otros sino la propia, abandonemos las ambiciones carentes de sudor y lágrimas. No vaya a ser que se nos olvide la Verdad, víctimas de un aluvión de barro, mentiras y desgracias.

En la política, en el Estado, en nuestras familias y en nuestro prójimo, en los gremios y en las empresas con las que nos relacionamos, retomemos el “crecimiento”. Aún estamos a tiempo.

 

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