El día después

No sabemos del futuro. Lo imaginamos, lo teorizamos, en alguna medida intentamos que resulte ser de nuestra medida. Pero siempre nos sorprende con algo nuevo, sobre todo si se trata de conflictos desatados o de hitos trascendentes, de esos que quedan acuñados en la historia.

A sus protagonistas el futuro no les avisa.

Luego, la narrativa escrita con información privilegiada es capaz de constatar desasida del tiempo y del aquí y el ahora, que todo fue predecible, que era evidente que lo que ocurrió debía de suceder.

Pero no sabemos del futuro cuando todavía no ocurre. Nos irrumpe y nos invade alterando a fin de cuentas nuestros proyectos o utopías. Buena cosa, puesto que si no fuera así, destrozaríamos la originalidad de la vida.

El presente, en cambio, nos ofrece algo más de certezas. Pero cuando nos resulta adverso como ahora, quisiéramos que fuera transitorio, de manera que ansiamos llegue pronto otro nuevo futuro a ser presente (aunque traiga nuevas incertezas) y nos proponga una “nueva normalidad”.

Superada la pandemia, ¿cómo amaneceremos el día después?

En el consciente colectivo de nuestro querido Chile, algunos ya auguran que post pandemia todos seremos partidarios de más Estado.

¿Será así?

Busquemos la respuesta en la institución básica del tejido social, la familia. Ha ocurrido una emergencia, hubo un terremoto, un accidente, algo que nos dejó indefensos a todos o a unos más que a otros y entonces fue que nos unimos más. Para pasar el vendaval. Los padres o los mayores han acogido a sus hijos, o los más jóvenes han debido hacerse cargo de los mayores. Descripción perfecta de “bien común”.

¿Pretenderán los padres protectores de sus hijos que éstos mantengan luego su indefensión y dependencia?

Nosotros, en la construcción primaria de la sociedad, buscamos, desarrollamos y promovemos la independencia. Celebramos los caminos propios. “¿Y qué es de Enrique?” – Mira, encontró trabajo, armó un negocio, se tituló, ya es INDEPENDIENTE-. El aspiracional que llevamos a fuego es el de ser capaces de sostenernos primero a nosotros mismos, para luego poder ser útiles a la sociedad de la que formamos parte. Esa es la llave que nos permite construir y a la vez participar del pacto social.

Ojalá entonces, que mañana no confundamos la excepción con la normalidad. Más Estado, más refugio, cuando las circunstancias lo ameriten y solos no podamos. Más Estado en la guerra, en la pobreza, en la enfermedad de alto costo, en la inseguridad extrema.

No confundamos el protagonismo presente del Estado (que por cierto sólo administra lo que recauda de cada uno de sus ciudadanos), con el rol que le compete cuando estamos en zona de razonable normalidad.

Pasa en la familia, pasa en las empresas, pasa en los países. Finalmente existimos individualmente antes que en comunidad. El bien común no resulta alternativo al bien individual. No se trata de bien común o bien personal. Ambos coexisten y se armonizan tal como en las empresas, en las que cada cual está llamado a hacer todo lo posible en agregación de valor y aporte, menos lo que le corresponde al otro.

Es de esperar que en la nueva normalidad volvamos a ser todos necesarios, que nadie sobre y que todos juntos, focalicemos nuestras energías en las tormentas que bien lo valgan. Que en la nueva normalidad no aceptemos el desperdicio del trabajo a medias, de los tiempos perdidos, de las reuniones inoficiosas, de la ausencia de franqueza. Que en contrario salgamos al ruedo para hacer en nuestro metro cuadrado un país mejor.

Chile, país libre, excepcional, hagámoslo capaz de crecer con equidad, que sea más humano y no más Estado, más confiable y no más corrupto, más libre y no más interdicto, más esfuerzo y no más desidia, más manos a la obra y no más sueños desvanecidos.

 

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