Erradicar la riqueza

Con más distancia de la pizarra y ya transcurrido un tiempo desde que se aprobó el retiro del 10% de los fondos de capitalización individual que administran las AFP, resulta más factible mirar con juicio objetivo lo que ocurrió. Caso ejemplar de lo que viene sucediendo hace rato en Chile.

Coincidentemente, por estos días se ha comenzado a discutir en el Parlamento una iniciativa de impuesto al patrimonio de los más ricos.

Uniendo las puntas, Francisco Covarrubias escribía en El Mercurio sobre la materia del retiro del 10%, señalando entre otros aspectos, que quizás la medida nos hizo más individualistas.

Ahorro, patrimonio y persona. Tres conceptos que en un abrir y cerrar de ojos se hicieron discutibles y útiles sólo a las circunstancias.

Veamos. El ahorro acumulado en los fondos de pensiones para la vejez, representa seguramente la mayor riqueza de la verdadera pobreza. Mientras más humilde el ahorrante, más excepcional es su ejemplar esfuerzo de ahorro previsional para la vejez. Es un empeño admirable que además denota la mayor expresión de solidaridad, puesto que representa el aporte individual que eximirá a “los demás”, al menos en el monto ahorrado, de hacerse cargo de la vejez propia. Buena cosa porque entonces, esos recursos no requeridos para financiar pensiones servirán para cubrir otras tantas urgentes necesidades.

En el marco de las pensiones, los ahorros individuales son esos “cinco panes y dos peces” que nos permiten luego en caso de requerirlo, beneficiarnos del bien común por la vía de la subsidiariedad.

Volviendo al 10% que cada ahorrante retiró, éste equivale en promedio, estimativamente, a 17 meses de cotizaciones. Lo complicado es que en el caso de los más jóvenes, ese ahorro inicial dejará de generar intereses compuestos por el resto de su vida activa. El retiro del ahorro temprano será en potencia, el de mayor daño para la vejez.

Entonces es legítimo aseverar que ante los estragos de la pandemia, fueron los viejos del futuro y de a pie, los que financiaron con su “patrimonio” sus dramáticas carencias. Por las circunstancias podría entenderse. Lo malo es que había opciones mejores. El Estado, administrador de los aportes provenientes de los impuestos que pagamos los ciudadanos de este país, había ofrecido caminos por la vía de transferencias directas, conciliando gasto público con medidas pro empleo y reactivación. Nada de eso fue suficiente para el interés político y pocos días después de un acuerdo en esa materia, el parlamento no dio el ancho y escaló contra viento y marea lo “sensato”, lo que el “clamor del pueblo pedía”, como si fuera resistible romper el apetitoso chanchito, cuando resulta tan humano lo contrario.

Patrimonio no es otra cosa que trabajo acumulado. Tanto se puede aseverar del patrimonio financiero como del patrimonio cultural de una nación, empresa o familia. Es lo que va quedando como ganancia proveniente del esfuerzo pasado. La casita, el furgón para hacer repartos, los implementos para emprender, son todos, producto de un trabajo anterior acumulado. Por lo tanto, impuesto al patrimonio equivale a decir “impuesto al trabajo acumulado”. Impuesto a ese esfuerzo que generó o que hizo crecer una empresa, la que dio a su vez empleo y que pagó impuestos para buen destino del bien común.

Erradicar la riqueza está de moda en nuestra discusión política. Y lo peor es que se ha venido esgrimiendo en favor de la equidad, de igual forma como la individualidad comienza a denostarse, anteponiéndose a ella el concepto colectivo de solidaridad.

Y no resulta así. Para ser solidarios tenemos primero la tarea de crear valor o de al menos intentar hacerlo, puesto que la vida siempre nos reclama nuestro espacio de protagonismo. Son las individualidades las que construyen y crean, las que logran a la sazón ideas y beneficios susceptibles de ser compartidos por la vía de lo que llamamos bien común. De igual forma, cuando hacemos solidaridad, ésta ha de materializarse finalmente en rostros concretos. Las multitudes no son números, son personas. En el mundo de la empresa ocurre lo mismo. Es fundamental el trabajo en equipo, pero éste requiere del reconocimiento y apreciación de todo el caudal personalísimo de competencias, desempeños y experiencia que reúne cada trabajador. Las empresas necesitan conocer esos múltiples talentos para potenciarlos individualmente, procurando que el resultado ofrezca un todo superior a la suma de las partes. Pero en el entendido que paradojalmente, el todo no existiría si no concurrieran a formarlo previamente, personas.

Ahorro, patrimonio y persona, representan dimensiones iluminadoras de nuestra riqueza. No las perdamos, puesto que de hacerlo, sólo generaremos pobreza.

 

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