¡Feliz Novedad!
Vísperas de Noche Buena, la espera de Adviento llega a su término y el Pesebre ya se encuentra instalado. Está en silencio.
Ocurrirá de nuevo este año, como ha sido siempre en este universo que sostenido por la eternidad, pareciera incólume a nuestras urgentes urgencias.
Tan pequeños nuestros “existires” de tiempo, pienso, y se me viene a la memoria Paula Jofré, esa Astrónoma chilena que está metida investigando el “árbol genealógico de las estrellas”. Dice que somos polvo de estrellas.
Sigue acercándose.
Volverá a suceder, porque la inmensidad no tiene tiempo. Sin el ánimo de contrariar a la lúcida Astrónoma, me detengo y veo que quizás nos quede mejor decir que somos “polvo de tiempo”. Un pequeño suspiro transitado como los latidos de nuestro corazón, innumerables breves veces, innumerables finitas veces.
De esa brevedad de dos mil diecinueve años, apenas hemos sido testigos de un fragmento que se nos ocurrió distinto, que creíamos avanzaba a nuestro paso.
Pronto, nuevamente la estrella impertérrita llegará al Pesebre y se detendrá. Habrá viajado por un recoveco cósmico y habrá rasgado la bóveda eterna para instalarse en la plenitud de los tiempos, entre el antes y el después, con el objeto de anunciar la Buena Nueva.
Todos estaremos felices y nos haremos promesas, que en un futuro que cuando grandes, de comenzar de nuevo, de volver al origen, quizás de mirar hacia lo alto.
Y la Estrella no nos preguntará. La Estrella realizará su único viaje de tiempo y regalará luz y propósitos de incienso, mirra y oro. Dará a conocer al Niño a todas las naciones, a todos los hombres y a ti particularmente.
El Hijo Nacido lo amerita. El Niño está ahí, se ha hecho hombre. Ha venido a despertarnos para convertir nuestro peregrinaje en un disparo posible a la eternidad, porque nos quiere de vuelta en su Casa de Cielo.
Es factible que no lo notemos. Que sospechemos que cada día el reloj corre más rápido y que las novedades nos confundan al punto de no reparar en ese maravilloso y único acontecimiento cósmico, verdaderamente nuevo.
Cómo hacer para que la Estrella nos regale la sorpresa de mañana y nos deje ver salir el sol nuevamente. Y veamos llegar las estaciones y correr los torrentes de la nube al mar. Cómo hacer para que el viento que sopla donde le place nos resulte inédito y que este pequeño planeta celeste, flotando en su bóveda, lo notemos como una suerte de tesoro descubierto intempestivamente.
Cómo hacer para que caigamos en la cuenta que lo novedoso es que nosotros podamos estar ahí, contemplando como el polvo la montaña, como la ráfaga la atmósfera, ese destello de tiempo, esa pequeña noción de nosotros mismos.
Que no existe el Viejito Pascuero le decía la Schnepe a mi hermana chica. Era un día de cuando niño y yo escuchaba esa conversación, asomado desde la ventaja de tener ya trece años.
Mi hermana le respondió: “¡pero Schnepe! La fantasía está en el cielo y en los días de festejación baja”.
Ocurrirá como siempre. La Estrella repetirá su mensaje noble y desesperado, lleno de Amor y urgencia a nuestro pedazo de tiempo, para que nos asomemos sorprendidos de regreso a la eternidad.
Paz y renovada fe para quienes lean este mensaje y nuestra enorme gratitud por la novedad de estar presentes.
¡¡¡Y que el 2020 recuperemos la Luz del Camino, esa que pareciera extraviada de nuestra bandera!!!
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