Hacer el bien

Desde este espacio, hemos procurado a lo largo de los años invitar a la reflexión sobre los acontecimientos y las materias que nos interpelan, poniendo foco en la actividad empresarial y siempre pensando en positivo.

Y ocurre que abril ya va cerrando el primer tercio de un 2021 confuso. La incertidumbre paraliza y a falta de claridades, un río de intolerancia viene derrumbando nuestros esfuerzos de años y amenazando nuestro futuro. Un prestigioso abogado de la plaza me recuerda que el mal se define como “la privación del bien debido”.

Hacer el bien entonces, surge como una impronta provocadora, que esperamos contribuya a sacarnos de la mudez. Porque parece que ese propósito activo es el que se fue de vacaciones. Es más, probablemente el estallido ocurrió producto de tal orfandad. Un “basta ya” justificó la violencia y puso en descrédito la carta fundamental que nos regía. Luego vino un débil acuerdo por la paz y la justicia social, el que puso al país “en busca de la felicidad”.

La receta de bien deberá quedar redactada en una nueva Constitución, con tanta lucidez, como para que no tengamos que vivir después las más dolorosas frustraciones.

Exploremos entonces la materia. En primer término, precisemos que “hacer el bien” no significa lo mismo que “ser el bien”. De igual forma convengamos que en este mundo, el bien no es un fruto asegurado, no existe ni se encuentra en “estado sólido”, sino que se construye. Además la historia se ha encargado de mostrar cuan esquivo ha sido y de constatar que para darse, éste nunca se pudo alejar por mucho tiempo del “sudor de su frente”.

El bien entonces, parece que no es cosa de fórmulas o decretos. Para nada. Quienes proponen en efecto la idea de un Estado Bienestar, debieran corregir su impronta indicando que bogan por uno que se comprometa a “hacer el bien”.

Otro punto importante de tener presente, es que el bien que hacemos se realiza principalmente en “los otros”, sin perjuicio que el prójimo no es una entidad escindida de cada uno de nosotros sino que una realidad de la que formamos parte.

Así las cosas, hacer el bien es una responsabilidad personalísima.

En definitiva, para hacer el bien, necesitamos recuperar nuestro sentido de unidad y de equipo, sin que por ello perdamos el valor de nuestra propia identidad. Porque el todo es más que la suma de las partes y no obstante, éste (el todo) nunca será sustitutivo de las partes que lo conforman y le dan vida.

El camino para lograrlo nos demanda que hagamos todo lo que se encuentre en nuestras manos, salvo lo que le corresponda al otro; única vía para apreciar a ese otro y entenderlo necesario.

Hacer el bien es cosa compleja y por de pronto, nuestro país requiere de esa porción de luz que cada uno de nosotros es capaz de dar. ¿Cómo puede ser posible que falte talento con alto desempleo? Sin perjuicio de afanarse en atraer personas de alto potencial, las organizaciones debieran enfocarse en desarrollar el potencial de todos sus integrantes. La sociedad nos pide en definitiva que todos seamos la mejor persona que podamos ser, desde cada una de nuestras realidades.

Un Parlamento que pretenda hacer el trabajo del Ejecutivo, un Estado que se arrogue ser la voluntad ciudadana, empresas que se pierdan de su verdadera responsabilidad social y millones de aspirantes a una condición de bien exenta de esfuerzo, no darán el ancho que nuestro querido Chile necesita.

Hacer el bien comprende una tarea contributiva de la mayor exigencia, pero también de la más alta realización. La locura de la Cruz a la que recientemente se ha referido con tanto acierto Carlos Peña, aparece más allá de toda vocación de fe, como un destello iluminador en estos tiempos difíciles. Cómo no, si Quien la abrazó nos testimonia que hacer el bien es el fruto y que esa apuesta es el camino hacia la Vid.

 

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