Inflación

Es difícil que los volantines de septiembre arriesguen desacreditarse en el imaginario de nuestras raíces patrias, de modo que esperamos no sea un desatino encontrar ahí, la figura provocadora, atingente al título de este editorial.

La inflación, la definen los economistas, como la pérdida sostenida en el tiempo, del poder adquisitivo del dinero. Son los precios inflados, por los que los consumidores dicen que “ya el dinero no alcanza para nada”, fenómeno que a su vez tiende a acelerar el consumo, en la sospecha que mañana todo valdrá menos.

Los economistas saben que el tema de la inflación es complicadísimo, ya que al afectar las conductas de consumo a contra ciclo, desincentiva el ahorro y la calidad del carrete y del volantín que se ofrece. Retornar la inflación a los rangos razonables, que demarcan un verdadero callejón entre las expectativas de futuro y sus méritos para que sean tales, es cosa que requiere de un Banco Central autónomo y un Estado eficiente y custodio del buen gasto fiscal. También requiere de una cultura empresarial responsable, de la promoción del trabajo bien hecho y de tanto más.

Chile va mirando con añoranza ese largo tiempo en el que creímos que la inflación era algo del pasado, cuando a razón de un 3% anual, nadie se daba cuenta y el volantín se mantenía firme a las ráfagas e incluso, por su altura, a los vientos demasiado calmos.

Costará tiempo retomar el rango meta del Banco Central de entre dos y cuatro por ciento anual. Se irán equivocando las proyecciones, con ajustes graduales que factiblemente se incumplirán en sus plazos y costos.

En estas reflexiones no es nuestro afán bajar los ánimos, sino más bien prender luces que ayuden a los volantineros a “recoger cañuela”, o bien a armarse de la paciencia debida o mejor, a ir a las causas a tiempo.

Nos interesa también que de estos pequeños aportes surjan acciones concretas. Y ahí, esperamos sea buena la figura para aproximarnos a otras inflaciones respecto de las cuales nos encontramos más cerca, siendo en nuestro ámbito de influencia, tan importantes como el Banco Central.

En efecto, ni hablar de la inflación de ese insumo llamado “tiempo”. Hoy vivimos más, pero en una vorágine en la que muchas veces se nos olvida hacia dónde es que queríamos ir. A los afanes de la última milla se le han perdido los caminos recorridos antes o a veces, la relación con su destino. Qué decir de la logística de reversa, sobre todo la de los servicios, digitalizada, esa que se ha tomado todo el tiempo del mundo para decirle tres, cuatro o más veces a su interlocutor, “espere en línea, nuestros ejecutivos se encuentran ocupados”. Luego una música, promoción de productos y nuevamente el mensaje. Y se va permeando el ánimo y vamos acumulando una “pérdida sostenida de la apreciación del servicio obtenido”.

Observar, reflexionar, decidir y luego actuar, parece ser otro lujo de disciplina en retirada. Sin importar que sean 45 o 40 las horas laborales, pareciera que el problema es en qué ocupamos ese tiempo. Hay que ir rápido, hacia el propósito. Y eso que parece tan concreto, de pronto nos sorprende cuando nos preguntan por ese propósito. Sólo entonces caemos en la cuenta que no se trata de ir hacia el propósito, sino de caminar siempre, con sentido de propósito.

La pérdida sostenida del valor del talento en las organizaciones, es resultado del lugar que éste ocupa en los desvelos corporativos, por conocerlo y desarrollarlo. La fidelidad y sentido de pertenencia de sus colaboradores, lo mismo, no se encuentra sujeta de una mesa de ping pong ni de la utopía de vacaciones ilimitadas, sino de una persistente apreciación de sentido en el trabajo y en la contribución de cada cual.

Hacer familia, ser un buen ciudadano, empeñarse en los estudios, que la educación cuente en sus estudiantes y docentes con “empeños de calidad”, que el trabajo se tome su tiempo como un oro escaso no digno de ser despilfarrado, que el hambre de cultura nos mueva a tomar un libro, son todas acciones que esperan sus brotes, para que nuestro país no sienta que viene ocurriendo una suerte de “pérdida sostenida de nuestras esperanzas” y que el futuro no muestre un efecto inflacionario de expectativas de las que nadie desea ser protagonista.

Septiembre tiene la magia de hacernos mirar alto. Ojalá ese gesto nos mueva a intuir que de eso se trata. Que en nuestras vidas concretas, hay que tirar del hilo. Pero que los volantines bien elaborados y ese hilo conectivo, nos piden que no confundamos el trabajo con su producto, ni la tarea con su sentido.

 

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