Luna de miel
Febrero se ha ganado en la práctica, ese rol de bisagra entre los abrazos de fin de año, la resaca de materias que terminan de cerrarse en el repositorio fronterizo de enero y el comienzo de una nueva travesía. Es el merecido descanso después de la fiesta y resulta además en ese permiso tácito, no a fuego, no amnésico de la realidad, pero que nos llama un poco a desentendernos de ella.
Por supuesto la vida sigue igual. Pero febrero es la luna de miel de esas promesas de año nuevo, es como ese primer día de clases de cuando niños, con los cuadernos en blanco y los útiles marcados, con los propósitos intactos y los sueños sólo esbozados, a lo más prometidos.
Y se acaba febrero. Siempre pasa con este tiempo de compás perseverante, que cumple su promesa y llega. La luna de miel comienza a transitar del “va siendo” al “fue”, de los compromisos al cumplimiento, de las metas al camino, del qué al cómo y del diagnóstico a la cura.
Coincidencia o no, es febrero el mes al que con o sin bisiesto le birlamos un par de días, quizás como por cargo de conciencia.
¡Y por Dios qué aterrizaje se vislumbra a partir de marzo!
En la perspectiva global, Ucrania con rostro de primer naipe del castillo amenazado, hace ver a la sufrida Polonia mucho más angosta y cercana a la Alemania que ilumina Europa. Esa luna de miel para el reloj de la historia, se reduce al pestañear habido entre la caída del muro en 1989 y el presente. En ese andar y mientras China se hacía lo que es hoy, los esplendorosos años de la libertad traspasaron su esfuerzo generacional a poblaciones sin guerras espantosas que ganar, permeables a propuestas de bienestar, mucho más que a la necesidad de reconstruir los desastres que debieron enfrentar y que marcaron las vidas de sus antecesores.
En nuestro querido Chile, la frase para el bronce sentencia para igual pestañear de tiempo, que no fueron treinta pesos sino treinta años los responsables de este espejismo de progreso. Y fue tanto el cántaro al agua, que la promesa superó a la realidad y una nueva generación se convenció de esperanzas refundacionales, desprendidas de los dolores antiguos e intolerante con las falencias presentes.
En las empresas, en el mundo del trabajo ha ocurrido otro tanto. Se instaló en breve un entorno sin retorno. Una revolución de transformación digital, empujada por la crisis sanitaria, con fuertes incrementos de ausentismo y rotación del capital humano, con un deterioro notable de respuesta en los servicios y con problemas relevantes en la cadena de suministros; sobre todo en aquella de los intangibles, en la que los espacios físicos de bodegas no existen y por lo mismo los quiebres son menos visibles. Resultado, se nos instalaron las circunstancias como neblina espesa delante de los propósitos.
No es muy nuevo el escenario, más bien somos nosotros los debutantes en ese devenir de la historia que se repite una y otra vez. Somos nosotros los sorprendidos con esa frustración de caídas después de progresos, de guerras y conflictos, de cizaña que ahoga al trigo, de riquezas que pensamos se sostenían solas como la libertad, el respeto y la bondad, y que de pronto las observamos acorraladas por esclavitudes, denostaciones y egoísmos.
No es pesimismo, está complicado el panorama. ¿Pero cuándo no? De este presente líquido, es factible logremos salir adelante haciendo futuro hoy, conscientes que ese espacio de tiempo es un abstracto que nunca llega. Que la sostenibilidad (transferencia de cultura) no es sino el “saber hacer” acumulado día a día, por años, puesto que a cada presente le basta su propio afán.
No se trata de cortoplacismo, sino más bien de entender que los propósitos y sus ámbitos no terminan nunca de afianzarse. Que marzo nos devuelva algo de sentido común y que el 2022 nos retorne a lo simple. Que elijamos las oportunidades y los problemas correctos. Así la vida lograda vendrá por añadidura, para quienes sepamos vivir el día, sin abandonar nuestros sueños, con dirección y sentido, pero haciendo el camino y no distraídos en los frutos que no llegarán sin el mérito previo del trabajo duro.
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