Mínimos Comunes

Sorprende constatar que siendo la humanidad tan vasta, finalmente la historia la escriban personas concretas. A nivel global, siempre desde una misma dignidad, de cuando en cuando sobresalen mujeres u hombres extraordinarios, escindidos del anonimato y destinados a dibujarnos un nuevo horizonte. 

En la empresa no es distinto, al igual que en las organizaciones intermedias, en el Estado y en la misma Patria. Todos estos cuerpos resultan ser instituciones que albergan comunidad, pero que al final reconocen en cada uno de sus integrantes, universos distinguibles y diferenciables por su nombre.

Finalmente en la familia ocurre lo mismo. Nos identificamos, respetamos y queremos, pero jamás pretenderíamos reemplazar el sentido de familia por la libertad y la identidad de cada uno de los que la conformamos. 

Que lo menos sea lo más, sorprende.

Ama a tu prójimo como a ti mismo, es una propuesta que contiene una sabiduría infinita. Dice algo así como “sé tú un grano de trigo, tan fecundo como todos los campos”. Sé en los demás y apórtale a tus “próximos” esa contribución de valor que contienes. 

En estos días en que parece que transitamos en todo orden de cosas por un cambio de época en el que vemos anuncios y anhelos de un Chile más justo e igualitario, de más oportunidades, pero en el que aparecen así mismo fundados temores de una deconstrucción insólita, sería bueno reparar en los ejemplos incontables de la historia y ver cómo, finalmente, el bien común sólo lo entendemos cuando logramos darle la mano y conocerlo por su nombre.    

No existen madres y padres que no aspiren a que sus hijos sean plenamente autovalentes en la vida. Si necesitan nuestra ayuda, ojalá sea transitoriamente, no por nosotros sino por ellos. Cuando al revés, pedimos ayuda, intentamos requerir a nuestro benefactor sólo lo que necesitamos. Lo dicho valga en tiempo, en paciencia, en recursos o en lo que sea. Mientras escribo pienso particularmente en una persona que quiero y admiro y que lucha hoy por su vida, regalando su decisión de no quejarse por sus dolores y de sonreír gratuitamente como un destello de luz. No aspiramos a un bien común convertido en una pesada carga, sino más bien a uno que quisiéramos entender como un ambicionado anhelo. 

Ama a tu prójimo como a ti mismo, representa el sentido y alcance más preciso de bien común. Establece la justa distinción entre la identidad de cada cual y la realidad compartida, sin confusión alguna. ¿En contrario, cómo podríamos dar lo que no tenemos o lo que no nos pertenece? No se trata de falta de generosidad. Podemos dar hasta que nos duela, pero no lo que no tenemos o lo que no nos pertenece. Esta idea de verdadera subsidiariedad, pone la tensión correcta entre cada uno y sus demás. 

En el mundo de la empresa, la contribución personal se califica como ese aporte esperado de cada colaborador, tal que si alguno no estuviera, otro cumpliría con esa parte de la tarea. Es el mínimo común que me obliga y el que me otorga derecho de pertenencia. Lo que amerita un reconocimiento extraordinario, es aquello que se excede de ese normal desempeño y que se entrega la mayor de las veces en subsidio; y las más escasas, en mérito de personas y liderazgos excepcionales, merecedores de toda admiración, que sobresalen y que modifican los límites y los propósitos en la organización a la que se deben.

Si cada uno de nosotros se comprometiera con su mínimo común, nos reencontraríamos con la mejor versión de nosotros mismos. La confianza se construye a partir de lo que damos, ejercicio que de paso nos enseña a apreciar mejor lo que recibimos. 

Cuan dispuestos nos encontramos hoy en día a calificar toda ayuda como insuficiente y a tener un juicio lapidario sobre las conductas ajenas. Si al revés, todos miráramos en este tiempo no sólo los propósitos y las metas, sino antes aquello a lo que nos urge comprometernos mínimamente, lograríamos un prójimo más amable y nuestra casa común se vería más resplandeciente. 

 

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