Misión Posible

Qué persona adulta no tendrá en su memoria la imagen de Tom Cruise en el papel de Ethan Hunt, trepando por el exterior de un rascacielos o suspendido de una cuerda a diez centímetros del suelo de una bóveda inexpugnable. Los de mayor edad, también recordarán a Peter Graves en las misiones imposibles de la saga original.

La realidad de la vida sencilla y cotidiana, nos parece por supuesto muy distinta a esas imágenes extremas. Y es así, aunque muchas veces no por la dificultad o la aplicación que las circunstancias nos exigen, sino porque nuestra inteligencia nos permite desviar la atención de nuestros problemas o al menos de buena parte de ellos.

En la vida real nos resulta más fácil zafar de lo que no nos apetece, diferir las tareas odiosas o esquivar eso que no quisiéramos abordar. Una de las conductas más comunes en esa línea, es la que denominamos “desplazamiento de carga”. Se refiere a la astucia con la que nuestro interior nos convence que el problema está fuera de nosotros mismos. Y como siempre las circunstancias contienen algo de cierto en orden a nuestro diagnóstico, finalmente nos invade una suerte muda de autocomplacencia.

Se trata del peso intangible de las objeciones falsas, de la desidia que vemos en “los otros”, del desencanto sobre lo que escapa a nuestro gobierno. Entonces las circunstancias terminan afectándonos más que nosotros a ellas y el devenir del futuro se nos degrada.

El desplazamiento de carga puede convertirse en cultura. Vamos fabricando una suerte de intolerancia por las desigualdades del sistema y las parsimonias de los otros, mientras dejamos de medir los desempeños que nos incumben o los escrutamos tratando esa tarea como un fin y no como un medio para descubrir caminos de mejora.

Hasta que un grupo hastiado se salta los torniquetes y saca al país de su Estado de Derecho, en una noche de hace tres años. Y los políticos acuerdan sin potestad alguna, un pacto por la paz y una nueva Constitución.

Nadie a estas alturas se atreve a consultar siquiera, qué tan cierto es que el futuro de Chile requiera una nueva carta magna. Pero ahí estamos enfrascados en nuestra misión que finalmente se convierte en imposible, inerte, silente como el puente Cau Cau que lleva ocho años, detenido.

En las empresas se replica algo semejante. Nos cuesta elegir los problemas correctos. La responsabilidad social empresarial nos desplaza hacia nuevos propósitos extramuros, mientras nos va resultando difícil encontrar un periodo en que el sector empresarial se haya visto más desacreditado. Se le responsabiliza entre otros aspectos, por su fracaso en el afianzamiento de la meritocracia y por la creciente desafección que se observa entre productividad y realización personal.

En la SOFOFA en tanto, al igual que en ICARE, se han puesto a conversar quizás más allá de la cuenta con los políticos, de los grandes temas que están en las heridas del tejido social. Y esas iniciativas contienen mucho de bueno. ¿Pero qué ha ocurrido mientras tanto al interior del ámbito empresarial? ¿Qué de nuevo hemos logrado con ese prójimo intramuros, propio de nuestro interés y prioridad, ese que todos los días se levanta a trabajar y se culturiza de ida y de vuelta a sus hogares en el millón de empresas que congregan el quehacer de Chile?

En privado, quienes forman parte de los Gobiernos Corporativos suelen reconocer que el capital humano prácticamente no forma parte de la estrategia empresarial. Se le reconoce su importancia pero la misma, generalmente no se traduce en planes concretos para desarrollar su valor y contribución en el tiempo.

La pregunta es qué haremos distinto para instalar el capital humano en el corazón de las estrategias corporativas. Cómo lo haremos para generar mejores resultados de valor compartido, devolviéndole sustentabilidad a la economía. Cómo  lo haremos para salir renovados y fortalecidos de esta crisis, actualizando nuestros modelos y retomando nuestra ruta hacia el desarrollo.

En las empresas, enfoquémonos en nuestras gentes y en cómo lograr que crezcan en contribución y satisfacción. El tejido social volverá mágicamente a verse firme, retomará sus colores y las desigualdades irán migrando en comprensión a una idea más objetiva de brechas propias o de subsidios merecidos.

Cambiemos la frustración del Chile que podríamos ser, por las esperanzas que duermen en nuestras propias iniciativas. Cambiemos esas misiones imposibles por estas otras, desafiantes y cercanas al ámbito en el que somos insustituibles. Seamos la buena circunstancia de los otros y aspiremos a lograr mucho más que tranquilidad y paz.

 

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