Proximus

En busca de la felicidad, nos llevamos la vida entera regulando pensamiento y acción, a veces quedándonos en la luna y otras tantas sin propósitos que nos guíen, extraviados en una sensación de vacío.

Es propio de nuestra naturaleza pedirle a la vida que tenga sentido. Para complicar más el asunto, desde la revolución industrial en adelante, esto de la globalización nos dificultó aún más nuestro entendimiento. Antes la aldea era más sencilla. Pero luego todo se contrajo, a la vez que en algo así de cien años, pasamos de ser 3.000, a cerca de 8.000 millones de habitantes en este mundo. Nunca con tantas realidades coexistentes, libertades y dependencias, inmediatez y amenazas globales, toda la información en la palma de la mano y nuestras mentes, en creciente sequía.

Todo ocurriendo en esta aldea global en la que habita ese abstracto que llamamos bien común, que en su nube de puntos informa una desviación estándar enorme, a la vez que una realidad nunca más acaudalada en recursos y oportunidades.

Ese bien común que no obstante, ha ido borrando la identidad de quienes lo componen. En su desconcierto, distintas corrientes ideológicas han venido propiciando la aparición de nuevos colectivos, que pretenden distinguir una diversidad que no se comprende y que si se tratara de nomenclatura identitaria, deberían pronunciarse por 8.000 millones de personas.

Prójimo viene del latín proximus que significa “más cercano”.

Cuánto nos hace falta entender que así como el futuro no se puede saltar el hoy, el mundo no puede hacerse de anónimos ni colectivos. En cada casa, nadie podrá estar más llamado a ser prójimo que los que habitan bajo ese techo. En la empresa, ningún prójimo será mejor que los trabajadores que se desempeñan en ella, aportando y recibiendo valor social desde esa realidad concreta.

Una pérdida notoria de confianza en los cuerpos sociales y en sus instituciones, ha impulsado invasiones protagonizadas por colectivos de indignados. En el caso de nuestro país, un Robin Hood coleccionó firmas e irrumpió en el tablero de la política para conducir un nuevo Estado de Derechos. No más esfuerzos de dudosos resultados, no más injusticias. No más lunas inalcanzables, aunque no tengamos claro de qué esperanzas se tratará nuestro futuro.

En el mundo de la empresa no podría ser distinto. Éstas han cambiado su estrategia comunicacional impelidos por un “hay que hacer algo”, sustituyendo las siglas “RSE” de la temporada pasada, por “ESG”, para hacerse cargo del impacto de sus acciones sobre el medio ambiente y la sociedad. Es que se ha puesto de moda una suerte de socorro asistencial, que siempre suele ser cubierto por sujetos más ineptos que los responsables lógicos de resolver el problema.

Lo dramático es que seguimos preguntándonos, cómo entender esta fisura entre el rol determinante de las empresas y su claro desprestigio presente. Y vemos cómo siguen sin dar en el blanco de su propio rol, conscientes a su vez de todo lo que se les echa de menos en el protagonismo insustituible de la alta responsabilidad social empresarial que les compete.

Lo esperanzador es que empezamos a intuir que no se trata de aptitudes sino de roles y que bien definidos, debieran despertar las claridades perdidas, por ejemplo, para comprender que la subsidiaridad no es sino la frontera convenida entre la libertad individual y el bien común, entre el esfuerzo personal y la caridad comprometida.

El desplazamiento de carga nos lleva a mirar el jardín del vecino y a encontrar en nuestras precariedades un pozo inagotable de injusticias. Y de ahí a esconder detrás de nuestras carencias mucho de nuestros propios egoísmos. Paradojalmente basta que intentemos lograr la mejor versión de nosotros mismos, para que atentemos contra la igualdad y su sabiduría garante de mínimos comunes.

¿Por dónde encontraremos la salida a este conflicto artificial entre buenos y malos?

La principal tarea de responsabilidad social empresarial, consistirá siempre en agregar valor a las personas que trabajan en cada empresa, tanto como la responsabilidad laboral, se expresará principalmente en la pasión por el trabajo bien hecho. Ese es un desafío que obliga poner el capital humano, de verdad, en el corazón de la estrategia. Que las empresas no descansen hasta hacerse cargo del EBITDA del capital humano que habita en ellas, virtuoso eslabón perdido y garante del más sustentable esplendor empresarial.

Urge que despunte ahora en su estado de adultez la cultura del mérito y que nos reencontremos con nuestro prójimo en sus lugares de protagonismo. Esa tarea indelegable comenzará cuando caigamos en la cuenta, que nosotros somos justamente, para con quienes convivimos, prójimo.

 

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