Recalculando

Comencemos. En doscientos metros gire a la izquierda y luego manténgase a la derecha.

Waze es una aplicación que debiera ser considerada como ejemplo en los programas de planeamiento estratégico. En primer lugar exige que el usuario defina un destino. No funciona si uno no tiene claro a dónde quiere ir. Resuelto ese requisito fundamental, la aplicación se hace cargo de guiar nuestra conducción. Es todo un beneficio para la atención del piloto y de sus acompañantes, sobre todo cuando se trata de un derrotero nuevo o desconocido para los viajeros.

Por supuesto, como toda aplicación, waze no es perfecto. Suele fomentar o inducir ciertos grados de distracción, engañando nuestras expectativas cuando caemos en la cuenta que la herramienta no va conduciendo por nosotros. Sólo es una ayuda. Entonces nos desviamos y la voz nos redirecciona, muchas veces tomando alternativas que no calzan con nuestra capacidad de ubicación espacial. Y de pronto nos vemos debatiendo entre la tozudez de la aplicación y nuestro propio juicio. Para qué decir la confusión si además es de noche y el entorno nos resulta hostil como boca de lobos.

Existen otros distractores con efectos de moralina; “cuidado: policías reportados más adelante”. En un tris se nos olvida un poco el destino y algo ético nos queda retumbando en nuestro oído. Pero es sólo algo poco asible, que no alcanza a permear nuestra conciencia consciente. Es como el dato que sabemos que nos ofrece un punto revelador, pero que preferimos anotarlo y terminar el día, tranquilos porque actualizamos el informe, sin incomodarnos por su contenido.

A veces waze entra definitivamente en conflicto. Es cuando nuestro copiloto pone en cuestionamiento la indicación o talvez lo hace quien conduce, pero sin contarle a los demás. Alguien desde el asiento trasero señala “o le hacemos caso a waze o no le hacemos caso”. Gran consejo por supuesto.

Difícil manejar en equipo. Yo creo que es por ahí. Mientras, el tiempo corre y ya vamos atrasados a nuestro compromiso, pero nada grave.

“¿Quieres que maneje yo?” Ahí la discusión adquiere un frágil riesgo de desmadre que tensiona el ambiente. Uno de los acompañantes, con más inteligencia emocional lo “pertela” y cambia la conversación hacia algo trivial. ¿Cuántos hijos tiene la Isabelita? …se refiere a la madrina por parte del novio, por cierto vamos camino al matrimonio.

Recalculando. Ahora bien, si nos atrevemos a explorar sobre afanes más complejos y propios de la gestión y del emprendimiento, de los liderazgos y de los grandes proyectos que desvelan la conciencia humana, ahí la realidad se encarga de superar la ficción. Sólo pensemos al efecto en la vaguedad de los destinos. ¿A dónde quieres ir? No lo sé, pero quiero irme lejos. Quiero algo nuevo.

“Chile cambió” no suena muy distinto. Dentro de ese torrente, la educación gratuita y de calidad se presenta como parte de esa nueva “dirección” aceptada de manera transversal. Lo complejo es que el camino no se encuentra en el mapa, no ha sido trazado aun. Están los anhelos de un país inclusivo, más justo. Está el conductor asumido.

En las empresas, muchas historias semejantes se repiten. Recuerdo años ha, un joven de unos veintiocho años que trabajaba en una empresa de retail, me contaba que para ese año habían definido como objetivo estratégico implementar una cultura de “low cost – low price”. Destino de excelencia pensé. Me dijo luego: La parte de low price la logramos inmediatamente, pero eso del low cost no lo hemos podido conseguir.

Pienso en las cuarenta horas laborales versus la mejora en productividad que pudiera justificar la medida. ¿Cuál de esas dos variables será más fácil de alcanzar?

Recalculando. ¿Cómo será el proceso desafiante que en rigor estará experimentando Mario Marcel, para migrar de la responsabilidad fiscal a un “nada es imposible”, cual Nico Massú?

Recalculando. Gran tarea la de los Gobiernos Corporativos de las empresas, que deberán leer este futuro que sin preguntar se ha instalado de visita en el presente y ha puesto los ojos en la sostenibilidad que se perdió.

Que este 2022 reencontremos las preguntas correctas y la noción de precio justo que sus caminos habrán de cobrar, en medio de esta ola gigante que bien pudiera confundirnos, hasta hacernos olvidar que el océano siempre estuvo ahí.

 

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