Te Deum

A Ti, Dios. Así de corto y sencillo comienza este canto que debutó en Chile el año 1811, cuando el General José Miguel Carrera le solicitó a la autoridad eclesiástica de la época, una misa de acción de gracias para conmemorar el primer aniversario del Chile naciente.

Fue entonces cuando esta creación (que data del siglo cuarto) se adhirió para siempre al relato de esta angosta faja de tierra. Al sur del mundo nacía Chile, con su identidad madurada para ser Patria, para tener bandera y para bien valer el sacrificio de sus padres.

A Ti, Dios, iba la mirada agradecida por esta copia feliz del edén, por su campo de flores bordado, por sus brisas y su cielo azul. A ti, Dios, gratitud por la majestuosa blanca montaña, esa que por baluarte nos diste. Gratitud también por ese mar que tranquilo nos ha bañado regalándonos promesas de un futuro esplendor.

La Patria recibía los votos y el canto se elevaba alto, hasta los confines infinitos de su bandera.

Han transcurrido 210 años desde ese primer Te Deum. Apenas la vida en línea de tres chilenos de 70 años, casi como un puñado de tiempo que a veces se nos figura toda la vida. Y es toda la vida de nuestra brevedad. Pero no de Chile, no de la Creación, no del devenir de nuestra más profunda razón de ser.

Chile, el de hoy, ese país presente o que coincide con nuestra presencia, se encuentra convulsionado. Emerge a una realidad quebrada entre un pasado desvanecido y un futuro incomprensible.

El Alzheimer tiene figurativamente mucho de eso. La persona afectada pierde la noción de sí misma, de su identidad, es decir de su origen, y por tanto ni idea puede hacerse de su futuro. Queda entonces detenida y se va. Se apaga en vida, obviamente inocente en voluntad.

TE DEUM. Por ningún motivo la locura de una hoja en blanco, la idea de borrar la memoria y declarar que el camino recorrido estaba tan equivocado que en realidad habrá que optar por otro, uno desconocido por cierto. Uno sin huellas, ni cicatrices, ni aprendizajes, ni con el esfuerzo y el sudor que luego de recorrido, pudiera dar mérito y necesidad de agradecer. Es distinto partir de cero que comenzar de nuevo o que volver a empezar.

Este 18 de septiembre debiéramos más que nunca antes detenernos a celebrar nuestro Te Deum. Debiéramos tomar nuestras raíces para no perder la traza de nuestro ADN, de ese que heredamos y que habremos de traspasar a los que vendrán.

Hoy observamos en nuestro querido Chile estatuas derribadas, a la vez que personas confundidas, que han escuchado de un lugar en el que los derechos parecieran ser frutos perennes de un árbol que no necesita riego. Esa morada se reserva para una vida eterna. Pero la de paso por esta tierra cobra el arado para fructificar.

Nos urge volver al punto de partida, a ese que define nuestra identidad de fábrica. Necesitamos entender que por más evolución y modernismo que nos sorprenda, seguimos en esencia y desde el principio de los tiempos siendo hombre y mujer. Seres con alma, conscientes del misterio que se nos revela justamente por nuestra capacidad de discernir con inteligencia y voluntad.

En este tiempo perdimos la huella o más bien parece que se nos olvidó el destino. Nos regalaron la libertad como un anillo magnífico y nos quedamos perplejos, obnubilados y creyendo que ésta, la libertad, era una antorcha inextinguible.

Nos confundimos con el desarrollo y se nos olvidó cultivar deberes para recibir derechos. Cuesta reconocerlo pero entonces nos entusiasmamos pidiendo que nos dieran la herencia para gastarla. Dejamos de hacer familia a golpe de enormes desvelos y perdimos en consecuencia el anhelo por nuestra fracción más íntima de prójimo. Derribamos las dificultades y decretamos las garantías.

Nos ha ocurrido también en el mundo de la empresa, en la que hemos perdido parte de esa vocación de emprendimiento que a riesgo de ser malamente explotada, no por ello, ni por las injusticias humanas reprochables y de piernas cortas, dejará de valer y dar siempre los frutos más virtuosos de nosotros mismos.

Te Deum. Que nos refresquen vientos de lucidez, hermandad y esperanza firme para nuestro querido Chile.

 

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