Ventanas

“No queremos más zonas de sacrificio”. Así informaba el Presidente Boric, la decisión que horas antes había tomado el Directorio de Codelco de cerrar definitivamente la Fundición Ventanas.

La noticia, ya lo sabemos, generó en respuesta la movilización de los veintiséis sindicatos de la cuprífera estatal. Como un tsunami el problema ha ido soltando su energía, amenazando arrastrar a su paso a las otras veintiuna empresas que forman parte de ese cordón industrial.

Más allá del hecho en sí, ojalá este acontecimiento nos ayude a entender en su raíz el poder de las palabras y a comprender el problema de fondo en el que nos encontramos como sociedad.

En el diccionario constatamos que sacrificio significa: “esfuerzo, pena, acción o trabajo que una persona se impone a sí misma por conseguir o merecer algo o para beneficiar a alguien”.

Es justamente el sacrificio, lo que nos cuesta, la moneda de cambio que nos otorga legitimidad para acceder al bien común, mano generosa que actúa como un seguro para cuando no nos alcanza intentándolo con nuestras propias capacidades. Y eso ocurre siempre. Nos hemos desarrollado como sociedad, permitiendo la híper especialización, que paga nuestra más absoluta ignorancia en lo más. Ese pacto exige que seamos para los otros y de manera recíproca, lúcidos contribuyentes.

¿No esperamos acaso de nuestros hijos que en la medida de lo posible se valgan por sí mismos?

Cuando todos quienes conformamos la sociedad buscamos en ella nuestra propia valía y camino, logramos el balance perfecto entre realización personal y bien común. Un Estado de Derecho en contrario, interdicta los afanes personales y va plasmando en el colectivo una idea etérea de igualdad, sin dejarnos siquiera reflexionar acerca de cuáles serían sus bondades. Es curioso, porque no existen evidencias, que en la vida comunitaria busquemos abajarnos para confundirnos en la masa, dándole a ésta más relevancia que la de cada una de las singulares vidas que la albergan.

¿Chile despertó? Tantas formas de “aborto y eutanasia” han venido enemistándonos con lo que somos, hartándonos de arados y cansancio. Tanto que no alcanzamos a captar en este caso y a modo meramente ejemplar, que los trabajadores de Ventanas, nada tienen de ignorantes ni temerarios.

Cerrar una Planta que contamina será sin duda más fácil que construirla o que modernizarla para el buen cumplimiento de sus normas medioambientales. Y si fuera inviable, caer en esa cuenta y preparar su reemplazo no debiera haber demorado treinta años. Denunciar las injusticias será siempre más fácil que evitarlas y acusar los yerros, menos complejo que mitigarlos.

¿Qué nos está pasando que no queremos gastarnos, que no nos está resultando atractivo el futuro, que sólo tenemos hambre de presente y una memoria descontextualizada del pasado?

Las generaciones fundadoras de nuestro querido Chile, con muchos menos recursos nos dejaron numerosos ejemplos en sentido esperanzadoramente opuesto. Ellos se sacaron la mugre. En las salitreras, en la guerra contra la confederación Perú Boliviana, en los terremotos e inundaciones que fueron forjando nuestro espíritu, en tantos emprendimientos, en el alto precio de nuestra bandera flameante y también, porque supieron ser felices, inspirándose en los volantines que en septiembre sobrevolaban nuestra patria.

Sacrificio es lo que demanda todo lo que hacemos con amor. Es más, probablemente sea el sacrificio, nuestra forma más humana de practicar esa luz en virtud. Es la medida que nos demanda la crianza de nuestros hijos, el trabajo bien hecho, la atención de un enfermo, la educación verdadera, la erradicación de la pobreza, el estudio, el deporte, la formación de valores y tanto más. En el ámbito de las autoridades, es el trabajo de gobernar para todos y el esmero en administrar con celo los impuestos provenientes del esfuerzo ajeno. En las empresas, es trabajar con sentido de propósito y presentes las personas en el corazón de la estrategia.

¿Seremos capaces de dejarle a las generaciones venideras un futuro mejor? Si deseamos lograrlo no denostemos nuestras “zonas de sacrificio” que son las que nos permiten dar nuestros mejores frutos. ¿Cómo podríamos si no, ir así nada más por la vida, sin penas ni glorias merecidas? A buen entendedor pocas palabras. Evidentemente, cuesta el trabajo duro y a veces resultan mezquinas o injustas sus recompensas, por razones fortuitas o negligentes. Busquemos y propongámonos que sean esos puntos los objetivos a superar y no la degradación de lo que bien justifica nuestras propias vidas.

Por fin llueve en este invierno y caen gotas llenas de esperanza. Desde nuestro interior, despertemos nuestro Chile inconfundible. Si lo logramos, de seguro una atmósfera transparente nos regalará un mejor futuro, mañana.

 

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