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Si el tiempo fuera el océano en el que habita la materia, su instante llamado septiembre, debiera ser la pulsión que baña nuestra Patria.

Ha depositado en las generaciones de nuestro querido Chile, las remembranzas de un cielo continente de ráfagas de aire fresco y celeste brisa. Y al fondo, mirando siempre hacia arriba, un volantín de papel ilustrando nuestra bandera azul roja y blanca, con su estrella solitaria.

En tierra un niño lo observa y lo encumbra sin perderle vista. Entre ambos, un buen hilo de incontables metros recorridos y en sus manos, un carrete vacío.

Lo elevó a más lejos no poder, mientras la tarde mostraba presuntuosa los cerros tejidos de flores, de naturaleza desbordante y ya entrada en primavera. Escena reluciente por las lluvias copiosas que antes le regalaron vida a su suelo y además, esperanza a su gente.

Septiembre se va alejando enconado entre su historia y su futuro, rasgando heridas y ocultando sus realidades, escribiendo su ley de leyes y no obstante, detenido.

¿Cómo hacerlo para que el futuro no sea un rechazo?

Hacia el propósito, el niño recorta un papel mientras su hermana le sostiene el carrete. Le dicen Hijo del Viento. Escribe en el papel un mensaje, lo rasga hacia el centro y luego mete el hilo tenso en su hendidura. Y con un corchete sella la rendija, para que no se pueda salir su carta certificada y encuentre buen destino al llegar al volantín.

¿Qué habrá escrito Hijo del Viento?

¿Cuáles serán los deseos innumerables de las gentes?

Seguridad, bien común, trabajo, salud, educación, crecimiento, oportunidades, derechos.

El mensaje sube contra viento y marea, mientras la tarde se va poniendo algo rojiza. De fuego quizás, de sol viejo que ya quiere descansar, mire que mañana será otro día.

Y el mensaje sigue subiendo mientras se avecina la vorágine del último tramo de este año 2023 y el 17 de diciembre se asoma como el día del examen. Las empresas ya se ven pensando en su estrategia de cara a estos tiempos volátiles, pero intentando no verlos tanto, procurando al mal tiempo buena cara.

Y las familias también, últimamente ciertas de tiempos nuevos pero aun buscando el sentido que estos intentan anunciar. No entienden mucho esto de las nuevas generaciones ni de avances “civilizatorios”, ni de un puñado de palabras nuevas que según se dice, construyen realidades. Qué difícil resulta distinguir la diferencia entre el saber y la información.

Septiembre se aleja mientras Hijo del Viento sostiene el carrete y su vista no pierde control sobre el mensaje que sube. Va llegando a destino ya casi. Hacia el propósito. Hacia el fin último, como albacea de nuestros para qué, no de hace cincuenta años sino de toda nuestra historia. El papelito, Jeroglífico de diminutos habitantes de un querido pequeño Chile, respirando en el suspiro no de un año, no de un día, quizás ni siquiera de un segundo luz.

Se va haciendo tarde y mañana será octubre. Ya no será presente este mes de ramadas y aguinaldos, de Patria vieja y nueva, de Glorias del Ejército y museos de innumerables memorias.

Entonces, no sé si lo imaginé o si fue que lo soñé, pero recuerdo que de pronto algo extraño se apoderó de lo que ahora escribo.

El mensaje se me perdió. Estoy seguro porque el papel lejano y diminuto ya era de otro color. Blanco también pero más brillante. Estoy seguro que no era el mismo.

Lo más sorprendente, es que comenzó a moverse en dirección opuesta, desde el volantín hacia las manos del niño. Me refiero por cierto a las manos de Hijo del Viento.

Éste comenzó en simultáneo a recoger el hilo lentamente, mientras se iba acercando el mensaje a sus manos. Se veía distante. La ansiedad aumentaba el gobierno de sus actos y la curiosidad viva fijó los ojos de su hermana en el mismo infinito.

Ya metros antes el mensaje de las manos del niño y el volantín soberbio encumbrado en las olas de viento, la luz, fue de oro puro.

Sus manos alcanzaron por fin el papel de un blanco indescriptible y su hermana tomó las riendas para recoger los últimos metros umbilicales.

Tomó el mensaje y leyó a modo de título, como si se tratara del remitente: “Desde el Propósito”.

¡Desde el propósito!

¿Cómo sería todo si en vez de añorar viviéramos en consecuencia?

Más abajo decía: “Al Principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios”.

Y septiembre iba concluyendo en fruto para volver a ser principio.

 

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