A plena luz
Le incautaron el celular, fue como si se lo hubieran robado o clonado.
Violaron su intimidad.
¿Será esa, la intimidad, un derecho?
Hoy se nos aparece la pregunta casi como de examen final de un curso de ética. Sin ir más lejos, el secreto de confesión propio de la fe católica, ocurre en un espacio cerrado, íntimo, en el que la persona que se confiesa se entrega con una suerte de desnudez de alma a su confesor. Le revela nada menos que sus bajezas, sus arrepentimientos y sus vergüenzas en busca de perdón. Y el confesor es en el protocolo y por cuestión de fe, para esa confesión, nada menos que el representante de Dios en la tierra.
¿Se podrá incautar el celular de una sicóloga? ¿El de un médico? ¿El de un dirigente sindical? ¿Las preguntas, todas por supuesto en el marco investigativo de posibles delitos?
Por estos días ese delgado y volátil límite entre la intimidad personal y el celo por descubrir la verdad ante el mundo, despide agosto en el centro de un huracán.
Ocurre en paralelo con la entrada en vigencia de la ley Karin, esa que en aras de erradicar el acoso o menoscabo en el trabajo en su más amplia expresión, instruye canales de denuncia anónimos. Para que lo que muere en el silencio, salga a la luz pero de forma anónima, gatillando por el ejercicio sin rostro, de protección al rostro, una denuncia que desafiará al agresor a demostrar su inocencia.
Todo esto ocurre al compás de una generación claudicada a su presente, de “moral superior”, demandante y hastiada de la moralina, del respeto y del lenguaje cuidado. Ya no se trata de “Música libre” sino de vida libre, sin ataduras, sin poses, sin las mentiras de los otros.
Se trata de una generación “vivaldi”.
El caso audios. Estupor, escándalo que no obstante tendrá su breve tiempo antes de morir o de hundirse por la aparición de un nuevo horror que se encargue de nuestros “no lo puedo creer”. Son leves nuestros escándalos.
Por de pronto y sólo a modo de ejemplo, las listas de espera ya se encuentran en el aparcadero, parecido a los autos incautados, a la espera de volver a ser noticia cuando en algún otro basurero aparezcan parte de las respuestas que sus remitentes jamás recibieron. Son numerosos los muertos pero no los relacionamos para nada con una suerte de crimen de lesa humanidad. Talvez nos resulte más fácil asimilarlos a nuestras lesas amnesias.
El Presidente del Colegio de Abogados ha salido a plantear que los celulares son hoy por hoy el “escritorio” del abogado. Que ahí se encuentra todo su trabajo, el resumen de sus reuniones, es decir su intimidad y por arrastre la de sus representados.
¿Cuál será la respuesta a este acertijo moral?
¿Será este caso distinto o será que nuevamente nos asombraremos de nosotros mismos sin caer en la cuenta de eso, de que justamente se trata de nosotros mismos?
Bien valió en no hace tanto tiempo en proporción a la levedad de nuestra historia, nada menos que la cabeza de Juan el Bautista, para tantos convidados me refiero, su silencio. La fiesta siguió igual y sin duda se comentó luego el espanto mezclado de temor pero a la vez de una suerte de complicidad pasiva con los anfitriones.
¿Cuál será la respuesta correcta?
Sin duda la Verdad, esa que escasea desde el principio de los tiempos.
Pero la intimidad resulta ser una suerte de bien intransable, nada menos que el escondrijo de nuestra alma, donde para el creyente vive Dios.
¿Verdad o intimidad?
Hace un tiempo participé en una reunión privada en el marco de una demanda y como parte querellante. El abogado que la presidía dijo algo que hoy me resulta contundente. “Todo lo que vamos a conversar es privado. Pero abordémoslo como si nos estuvieran grabando”.
La intimidad es un tesoro reservado para nuestra alma, para que ahí resida la Verdad que nos hace libres.
El Camino, la Verdad y la Vida se nos escapan en esta cárcel de tiempo en que nos encontramos, extraviados de la eternidad.
Únicos e irrepetibles, somos el prójimo de los otros, pero no se trata de los otros sino de nosotros. De entenderlo quizás dependa, que el fruto de nuestra vida de tránsito resulte en un disparo a la eternidad. Que el caso audios remesa los silencios ensordecedores de nuestras propias injusticias y nos hagamos confiables de nosotros mismos. Sería un gran avance.
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