Acerca de la libertad

Ella está próxima a nacer. Se llamará Lourdes. Corrijo, ya se llama así, sólo ocurre que le falta nacer. Me refiero por supuesto a que está próxima a llegar a este mundo exterior, del otro lado del vientre de su madre, ese en el que habitamos luego que ellas reciben la semilla de vida que custodia el hombre, la fecundan en su vientre de madres y en el siguiente tiempo debido, dan a luz.

Yo estoy metido en un entuerto porque me propuse hablarle a ella acerca de la libertad, o no sé si tan solo fue que se me ocurrió necesario hacerlo por estos días con sus destinos tan inciertos.

Es que necesito contarle que vivirá y crecerá y que si Dios así lo permite, …… bueno, borro esa parte última para no confundirla más.

Comienzo de nuevo. Es que necesito contarle que vivirá y crecerá en el ejercicio de su libertad. O bien que ese será su fruto. Por ahí queda mejor. Que llegarás Lourdes, al mundo, con simientes de inteligencia y voluntad, para discernir y querer lo que el mundo te ofrezca y hagas de tu vida la mejor propuesta de tu ser.

…pero el problema es que ella no eligió existir.

¿Cómo le explicaré entonces? No estuvo en su libertad y no sé cómo empezar, contradiciéndome otra vez en el inicio de mi intento. ¿Cómo le argumentaré luego, que nosotros sus abuelos la vamos a acompañar al igual que sus papás, pero que es altamente probable que más cerca de sus tempranos años habré quizás yo mismo de morir?

¿Será pertinente que le cuente acerca de estas cosas, tan pequeña, de la muerte o del no ser más? Mira, no es que nosotros los que existimos queramos morir, Lourdes. En mi caso, esa condición finita no forma parte de mi libertad.

No elegimos nacer ni morir pero nuestro mayor tesoro no obstante, es la libertad en nuestro ejercicio de ser en el existir. Esa libertad ejercida en el vivir de la vida misma que nos vio nacer. ¿Me entiendes?

Me atrevo de pronto a decirle que ella desbordará nuestras vidas de sentido.

Cómo explicarle sin Él, cómo hacerlo para que todo sea evidencia irrefutable y no utopía.

Parto de nuevo: Querida Lourdes, te contaré que tus papás se casaron hace ya algo así de cinco años y que se querían tanto, que rezaron por ti. Y te buscaron llenos de esperanza hasta que te anidaste en tu mamá y comenzaste a ser.

…..bueno, tienes razón. Eras desde antes sin duda. No te sabría explicar cómo fue que tus papás pusieron sus ganas, que te querían y pensaban, pero que no sabían si serías niño o niñita. Pero querían tanto tenerte. Soñaban con traerte a este mundo, regalarte el don con el que ellos mismos algún día pudieron ser, para que finalmente nacieras.

Debo confesarte además, que ya saben que serás mujer. Algo ya te vieron en las ecografías cuando sintieron tus latidos muy tempranamente, y se asombraron al constatar no por la razón sino por una cuestión de alma quizás, que latías desde el preciso instante en que todo comenzó a ser para ti, o para ti en ellos.

Estoy enredado Lourdes. Es que yo también estoy demasiado contento. Ten en cuenta que soy tu abuelo y que serás nuestra octava nieta y que me sorprendo a ratos deteniendo la vida en un instante o escindiéndola del tiempo tal y como si fuera eterna.

Quisiera hablarte algo acerca de los árboles, de la naturaleza, del día y la noche, del viento cuando sopla fuerte y de las nubes de un atardecer. Contarte de los volcanes y las estrellas, de los mares que tuve en suerte navegar alguna vez y de la música. De la palabra y la escritura, del universo y la tierra, de las ciudades y las proezas, de los continentes y el arte y las estaciones y la belleza.

Estamos aquí en el terminal aéreo esperando tu arribo y quisiéramos mostrarte el mundo entero con todas sus ofertas de felicidad, puesto a tu disposición para que lo conquistes y le escribas tu capítulo en particular.

Me felicito a pesar de mis cavilaciones e incertezas, porque llevo algo así de setecientas palabras y no te he dicho nada de inteligencia artificial alguna ni de celulares ni de palabras nuevas para ordenar nuestro desorden de incertezas.

Ven a enseñorear la tierra de paso, no para recibir sino para dar, el ejercicio de lo que eres y no la utopía de una omnipotencia que no tenemos ni tienes. Que venga a nosotros Su Reino en el comienzo de tu regreso, en el que peregrinaremos juntos, botando nuestras cizañas para aprender a amar.

 

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