Dar la vida

Lourdes tiene ocho meses y Pedrito cuatro. Son los nietos recientes que han venido a visitarnos como ráfagas de aire fresco, a rejuvenecer a sus abuelos, a desordenar a sus primos, embobar a sus padres y agotar las calmas trajinando las rutinas de eso que llamamos familia.

En diagonal a la mesa del comedor ruidoso de domingo una luz diáfana se deja caer atravesando la ventana y sus rostros de oro se quedan ahí, en la cavilación detenida de mi raciocinio. Me extravían y me llenan de silencio, mas no se trata de mudez sino de hallazgo.

Ellos probablemente, pienso, mejor dicho ellos potencialmente, serán testigos del dos mil cien. Lo medito para mis adentros. Sólo ellos y uno que otro más de entre todos los que ahí nos encontramos, nos habrán de contener entonces como un frágil suspiro de ancestros del futuro, recuerdos vagos de cuando ya no estemos y nos busquen de casualidad en los recovecos de sus almas vivas.

¿Me preguntaré acaso, qué les habrán contado en sus travesías acerca de nosotros a sus propios hijos? ¿Los habrán tenido?

Como si en equivalencia intentara viajar al mil novecientos, procuro ver el futuro con mis ojos viejos.

Es que fue ayer.

Es que será mañana.

¿Ocurrió acaso en un abrir y cerrar de ojos que se nos acabó la infancia? ¿Cuándo que la adolescencia acaso nos sorprendió adultos, o que la vejez se nos comenzó a insinuar tan de sorpresa?

¿Estará más bien ocurriendo toda la historia de la humanidad a la vez sin que los prisioneros del tiempo lo podamos advertir o comprender?

No te das cuenta pero te confieso que yo no elegí nacer.

……y tampoco morir.

¿Y sabes? Es mucho más profundo. Porque de todo lo recorrido, de toda mi certeza de ser, te aseguro que no fue mi decisión nacer en esta época ni en este país querido ni en mi familia que me hizo y que hice. Ni elegí mi estatura, ni mi inteligencia, ni mi mente dotada de los mensajes genéticos de quienes me precedieron.

Pero no me mal entiendas.

Todo esto lo cavilo partiendo de la base que en mi fuero interno yo deseo vivir. Me gusta vivir. Vivir me desafía y no sé qué haría si no existiera. ¿Me entiendes Pedrito? ¿Me entiendes Lourdes? ¿Me podrás responder quizás mañana cuando ya no exista y yo pueda visitar tu alma y sorprenderla distraída?

¿Recordarás entonces y nos tendrás en tu neblina de imágenes, de colores y sucesos que darán cuenta y memoria de tus primeros tiempos? Te lo pregunto a ti Pedrito, a ti Lourdes. A ustedes mis padres y a ustedes mis amigos, como por ejemplo a Paquito García, quien murió cuando los dos teníamos ocho años y se fue producto de un accidente. Y se me quedó no obstante, borroso con los años pero vivo al punto que aquí lo nombro y lo rescato de mi memoria sin punto final, aún o ahora.

Es que yo quisiera dejarte esta imagen detenida y congelada como un hallazgo difuso pero prístino. Regalártela de la vida misma, esperanzado en que la tomes como la simiente que es, mientras en este espacio de tiempo y de forma irrepetible llueve sobre su tierra fértil, para hacer historias de paso, errantes y luminosas, esperanzas que surgen de una guerra.

Porque de eso se habrá de tratar……entiendo. De ensayar la vida que nos ocurrió un día, y darla a los que “próximos” fueron nuestra razón de ser. Para amarlos como a nosotros mismos. Para ser en ellos. Para aprender el ejercicio del amor y recuperar el Paraíso.

Amar al prójimo como a ti mismo, es caer en la cuenta que eres en los otros. Y que dar la vida es entregarla a quienes de ti construirán las suyas, llenas por cierto de humanidad o de despojos. De guerras perdidas e insistentes, de muertes desnudas o de rayos primeros luminosos y esperanzadores, tan esperanzadores que quisiéramos que no se apagaran nunca.

¿Existirán los celulares el dos mil cien? ¿Estarán las guerras antiguas o las nuevas apaciguadas y los acuerdos imposibles logrados en esta tierra?

….más bien sólo simientes, hasta que la vid recupere todos sus sarmientos y el espacio tiempo deje de esconder el Paraíso.

Dar la vida mientras tanto. Dar la vida en esperanza inquebrantable. Dar la vida hasta el último recoveco, para dejar huella en los caminos dados a fuerza de amar en demasía, de amar hasta la mañana nueva del Camino, la Verdad y la Vida.

 

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