Hacer historia
Si pudiéramos adentrarnos en el origen de nuestra Patria, divisaríamos casi inequívocamente, desde los minutos más jóvenes de nuestra memoria, ese espacio de tiempo que llamamos “septiembre”. Ahí la encontraríamos, sin lugar a dudas, en sus simientes (me refiero a esa palabra proveniente del latín “sementis” que significa “lo que se siembra”).
Portentosa paradoja esa, que de un de repente nos presenta la historia, como el principio del camino, ahí bien lejos de su término.
Es que el fruto de la cosecha será en nuestras vidas breves, la consecuencia de tantas generosidades entramadas al mismo tiempo, por esas manos laboriosas que sembraron, regaron, podaron y cultivaron con paciencia pero a la vez con determinación sus sueños. Esos de los que a modo de ejemplo conocen tan cercanamente los agricultores. De cuando les llueve o los visita alguna peste, de cuando el río se desborda o la nieve les quemó el esfuerzo, y les pasó que perdieron esa “turgencia” o la “crocancia” de sus frutos, viéndose obligados a empezar de nuevo.
Y ocurre con todos nuestros sueños, aunque deriven algunos en pesadillas. Ahí vamos recomponiendo nuestras esperanzas en un mañana mejor, una y otra vez empeñados en bien gastar la vida.
En esta aldea global en la que nos encontramos, vemos ejemplos semejantes, cuando nos adentramos en la vastedad redonda de nuestro planeta celeste. Cuando viajamos por cierto, y logramos en suerte caminar por las reliquias del viejo continente, atravesando la puerta de Brandeburgo, o estando ahí, en los hallazgos de la Roma gloriosa y del Coliseo, o del Puente Carlos en Praga, construido antes que el viejo mundo descubriera América.
Para qué decir si nuestra vista se excede extramuros de nuestra propia cultura y deriva hacia otros continentes más desconocidos, de lenguajes provenientes de otras cepas.
Y volviendo a Chile: revuelto está el ambiente con las brisas de esta suerte de cambio de época, en la que las pantallas nos han debilitado la dosis de inteligencia que nos permite distinguir la diferencia entre lo real y lo artificial, no solo en lo concerniente a la inteligencia, sino que también y quizás más, a la voluntad que nos demanda el ejercicio recto de nuestra libertad.
Me pregunto distrayéndome un poco, si ocurrirá en un futuro que algún arqueólogo descubra de pronto los restos de un celular. Si podrá entenderlo, si será éste considerado por la permisología del futuro un hallazgo.
Septiembre que ha dado la partida a las elecciones presidenciales que se vienen encima, con siete candidatos que han iniciado la competencia por capturar los anhelos de sus electores. Ofertas a boca de urna, promesas de sueños que parecen difíciles de concretar, para que las vidas cambien y la alegría ya venga de verdad y ahora. Para mejorar los frutos de una mejor humanidad. Talento para ordenar la casa, para unir y concretar beneficios sustentables que se noten en la cotidianidad.
¿Cómo fue que Winston Churchill pudo ofrecer sangre, sudor y lágrimas? ¿Qué rayo especial o pócima le permitió llenar la historia de tan escasas pero indispensables simientes?
Gastar la vida sorprendentemente sencilla de esos puñados de héroes que se nos vienen a la memoria, quizás resulte en el propósito intuitivo de darle sentido a las propias. Quizás necesitemos urnas imaginarias que remezan nuestras conciencias y que renueven en nuestras familias y en nuestros lugares de trabajo y en nuestras propias conciencias, un ímpetu de inmigrantes lanzados a la aventura de nuestras propias vidas.
Hombres que ofrezcan sangre, sudor y lágrimas, de carpinteros en sus vocaciones. Mujeres que le devuelvan a la humanidad presente ese amor que compromete voluntades para hacer lo que Él les diga.
No necesitamos leyes ni genios que nos dirijan, sino reciedumbre humana pura y dura. Entonces, cuando nos demos cuenta, haremos de nuestros propios peregrinajes un testimonio digno de contar a muchos. A nuestro prójimo.
Modernidad que tienes el riesgo de quedarte sin humanidad, quiero encontrarte en mis dominios, solamente en ellos, para contagiar y hacer de cada circunstancia una oportunidad propicia para el bien y la verdad.
Mientras escribo estos intentos de despedir septiembre con esperanza, veo de reojo un libro que me acaban de regalar. Se titula “El viaje de los Mödinger – 1852/2024”. Dice en su primera página: “En memoria de nuestros padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. Sin ellos, no existiría El viaje de los Mödinger”.
Hacer futuro.
Tenemos un desafío cultural que superar. Comencemos entonces. Hagamos de nuestro querido Chile una reunión vasta, esforzada, contagiosa, lúcida y humana. Hagamos historia para el buen recuerdo de los que vendrán.
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