Una sola lista

No se trataba de una opinión más. Fue en la conversa del último fin de semana, en la sobremesa, en esa instancia en la que a pesar de la intención de todos los presentes de evitar temas difíciles, resultan ser justamente esos, los que afloran conforme las circunstancias. Y ahí se instaló el debate haciéndose espacio entre los respetos y buscando a la vez, la delicadeza firme de un lenguaje que resultara lúcido, convincente y amable.

Es que el futuro está en juego. Bueno, en realidad hablamos del “futuro presente”, ese que deseamos dejar afuera de nuestras preocupaciones por ahora. Es tan humano. Necesitamos hacernos los lesos para más adelante, aunque debamos aseverar entonces con algo de sonrojo, que no lo vimos venir. Mal que mal, bástele a cada día su propio afán.

Y vuelta a la carga. ¡Es que es un suicidio!

¿Cómo no se dan cuenta que en dos listas no serán mayoría? ¿Cómo no observan esa conducta ejemplar de los oficialistas que sí se han ordenado en una sola voluntad? ¿Cómo no sorprenderse con esa capacidad de acuerdos notable de los otros, a pesar de las tantas diferencias que los contienen?

Silencio, mientras especulo para mis adentros la evidencia del poder confrontado con los principios de cada propia moral. Una lista única, potente testimonio que diluye los para qué, poderoso instrumento además que hace hincapié en el pacto, en la palabra empeñada, pero ni atisbos de referencia alguna respecto de sus principios y propósitos.

Las elecciones del poder copan los noticieros y las columnas de los diarios, mientras van acallando los sueños, tal como los presupuestos suelen desanclarse de sus objetivos, así como si sólo a modo de ejemplo, los exámenes médicos mejoraran la salud de los enfermos.

Mientras escribo, me pierdo sin entender por qué, en la lista de Schindler. Y luego me traslado al Titanic hundiéndose con sus botes repletos de gentes y el caos, mientras los músicos de esa película magistralmente lograda, regalan su sinfonía de esperanza a los aires de sus propios holocaustos.

Pero la realidad me succiona nuevamente al aquí y ahora y se me instala en mi cavilación otra lista de espera, esa de las atenciones de salud de tantos años, inerte, aumentada, dolida y gastada. Una sola lista en la que ha muerto gente. Existires olvidados, historias tristes que no han logrado horrorizarnos.

¿Valdrán más los países por sus entelequias de letra muerta que por sus avances reales?

¿Valdrá más la justicia por su cantidad de leyes que por su eficacia?

Si nuestro mayor tesoro es la libertad: ¿reflejarán las listas lo que no logran mover nuestros liderazgos?

Me dormí ese día entre mis dos listas permanentes de trigo y cizaña, de compromiso y demanda.

Me dormí doliéndome Chile enredado en la trampa de sus anhelos dormidos, amenazando con quitarle la nacionalidad a los más ricos para repartir sus frutos entre los pobres, igual que metiendo en el mismo saco a todas las grandes empresas, como si el éxito fuera fruto certero e inequívoco de inmoralidad y de conductas corruptas.

Me dormí con prójimos imaginarios hechos de gentes sin nombres, intentando la conquista de sus derechos por sobre los deberes, en la idea fundante de un país dañado por la injusticia de los otros.

¿Pero cuándo el futuro nos ofreció estados mágicos de bienestar?

¿No son acaso los derechos el fruto colectivo de un privilegio ganado?

¿Y mi lista única? ¿Qué haré mañana para sustraerme de las circunstancias?

Habitar mi alma. Encontrar mi alma. Ser mi alma.

Creo que fue un sueño, con algo de pesadilla por cierto, pero me sorprendí como en las tantas veces en las que conversamos en grupos y aseveramos que “el chileno es así”. Y miramos desde afuera nuestras propias circunstancias como si no nos pertenecieran. Y nos duele el genocidio en Gaza y hacemos gárgaras con los recursos ajenos y de prójimo nos vamos poniendo anoréxicos, algo así como impermeables a nuestras propias actuaciones. Y nos va cayendo mal el éxito de los otros y la inmoralidad ajena y la culpa de allá bien lejos.

Necesitamos entrar en escena. Salir de la cárcel política en la que nos encontramos, como si estuviéramos limitados sólo a nuestro derecho a voto, para construir el futuro que anhelamos.

Me levantaré mañana y veré qué hacer con ese Chile que me necesita, le dije a mi señora. ¡Bravo! me contestó. Y desde mi ventana, la luz de la mañana iluminando nuestra cordillera, me llenó de esperanzas en un abrir y cerrar de ojos.

 

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