Cónclave
Del latín “con llave”, abril ha dejado atrás, en tránsito, el devenir de unos zapatos gastados que caminaron sus últimos años remeciendo las conciencias de los mil cuatrocientos millones de católicos que se gobiernan desde Roma. Pero más ampliamente, me refiero al remezón de una voz dirigida a todas las gentes, una imagen controversial más extensiva, una que retumba en este cambio de época en el que el futuro le comienza a hacer preguntas de fondo al presente.
Tenía que ser argentino y jesuita. Irreverente, sin protocolos grabados en piedra, disruptivo para moros y cristianos.
En una pequeñez de realidad más operativa, en el mundo hacedor de la empresa que es en concreto el trabajo o la forja de nuestro querido Chile, ese mismo abril va dejando atrás las declaraciones de impuesto a la renta, las celebraciones de las juntas de accionistas y los ejercicios de las cuentas para ver qué tan lejos o cerca anduvieron sus resultados, de nuestras esperanzas viejas.
María, se lee en el Evangelio, guardaba esas cosas en su corazón.
Con llave.
De la humanidad a los continentes, de los continentes a las naciones, de las naciones a los países, de los países a las ciudades, de las ciudades a las comunidades, de las comunidades al vecindario, del vecindario a las familias, de las familias a ese existir personalísimo de realidad que somos en nosotros y a la vez en los otros: prójimo.
En la política responsable de su poder sobre la aspiración y realidad de país que pretendemos, los ajetreos de pasillos derivan también en una suerte de turbulencias de conversaciones, de búsquedas de acuerdos, de relatos que esperamos logren capturar la atención de los votantes a la sazón cautivos, que esperan o se ilusionan para que en unas futuras elecciones, sus sueños, sus esperanzas, sea factible las logren haciendo una raya en una papeleta, aunque sólo los puedan obtener en forma de promesa.
Abril que nos regalas un testimonio tan evidente que podríamos algún día sorprendernos y confesar que no lo vimos venir, indicio que se nos escapó con tanto ajetreo mirando hacia afuera, sin darnos cuenta de lo que guardábamos en nuestro interior.
Mientras y sin pesimismo alguno, escuchamos la noticia del día, del funeral narco escoltado por cien policías, mientras en paralelo la CUT puja por la negociación ramal, y el CAE migra a una suerte de impuesto a la formación profesional, pagadero en muchos años.
Abril, ¿será que intentas desde tu mudez llamarnos a la esencia?
¿Quieres que averigüemos cuál es el tesoro, cuál ese que nos de luces de dónde se encuentra nuestro corazón?
Abril, ¿buscas acaso desde tu silencio, sólo en hechos, que logremos descubrir la abismante diferencia entre autonomía y autodominio?
¿Es que la medida de amar al prójimo como a nosotros mismos, más que de equilibrio es la única medida factible para balancear nuestros afanes, con la mejor versión a cultivar en el prójimo de los otros?
Cónclave.
Qué falta nos hace esa vida de silencio, ese mezquino pedazo de realidad para indagar en nuestro interior.
Cónclave.
Nunca solos, porque la puerta con llave enclaustra el alma que nos habita, con los otros, en presencia de los otros. Y se pueden ambos silencios y ambas conversaciones. Porque es más, nunca estaremos solos. En nuestro corazón por cierto no viven ecuaciones ni códigos QR, sino vidas completas imaginarias y reales, nuestros hijos presentes en todas sus edades, desde que nacieron hasta el presente mismo.
Es que el silencio del corazón, ese que visita nuestra alma a menudo por no decir siempre, es indefectiblemente prójimo.
Guardaba todas esas cosas en su corazón.
Abril que nos inspiras a lograr hacer de nuestra introspección un hábito, para que aunque sea unos pequeños minutos, logremos hacer altos en nuestra cotidianidad, para entrar en cónclave con nosotros mismos. Para ver en qué estamos. Para aspirar a lo que resuene y haga migas con nuestra esencia de humanidad.
Reciedumbre para traer al presente, no un futuro de gratificaciones efímeras, sino denuedos que nos gasten en lo que nos hace hombres. A imagen y semejanza, para que salga humo blanco por nuestra chimenea y las campanas de nuestro prójimo doblen con júbilo, anunciando nuestra humanidad de luz encandilada de eternidad.
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