Construyendo Puentes

Tenía 92 años pero así y todo falleció sorpresivamente, porque la muerte no encaja con nuestro catálogo de vida. Sabemos que existe, pero no la experimentamos realmente más que cuando nos ocurre y entonces, ya no somos.

Humberto Maturana se fue antes de las elecciones del 15 y 16 de mayo de 2021, quizás sin saber que nos dejaba un legado utilísimo para aquello que debatiremos cuando se instale la Asamblea Constituyente.

Sin hacer un reduccionismo de su inmensa contribución, en lo concerniente a estas líneas, él planteaba que podemos observar nuestras observaciones. También, que no capturábamos con nuestra mente la realidad, sino que más bien la constituíamos en ella. Comprendió así que cada observador podía aportar un matiz de universo nuevo, digno de integrarse en el todo, del cual somos constructores y al cual a la vez pertenecemos. Toda esa reflexión la sintetizó en su concepto de autopoiesis de los seres vivos.

Desde su observación mencionaba en un sentido amable pero a la vez crítico, que nuestra sociedad actúa en el presente bajo un esquema de competencia más que de cooperación y que ese rumbo debíamos corregirlo.

El tesoro de su pensar irrumpe finalmente cuando encuentra en el amor, aquella fuerza que es el reconocimiento del otro en total convivencia con el espacio que declaramos propio.

¿Competencia o cooperación? ¿Libertad o igualdad?

Observando las observaciones de Maturana, quizás podamos encontrar puentes inadvertidos para salvar esos quiebres irreconciliables que nos tienen divididos en nuestro querido Chile.

Veamos. El amor tal cual se expresa, en semejanza al universo, es expansivo. Resulta cuando amplifica la realidad del otro, enriqueciéndola y llevándola a un estado superior. Entonces, la aceptación del otro en toda su dignidad no se basta. La autopoiesis nos mueve hacia la creación de algo nuevo, más iluminado que la simple suma de las partes y apreciado como fruto de la potencia creadora del amor.

Cooperar, sólo es factible cuando uno saca lo mejor de sí mismo. Implica adherir a la experiencia de los otros, un saber, una emoción, un nuevo argumento. La cooperación entonces, no resulta enemiga de la competencia. Es más, sin competencia se pierde toda posibilidad de cooperar.

Cuando competimos, nuestros aportes hacia los otros resultan siempre en subsidio, simplemente porque cubren en virtud, necesidades, deseos o carencias. De no ser así, no habría asunto sobre el cual cooperar. De vuelta, por su cualidad contributiva, la cooperación siempre genera réditos, incluso cuando se ha entregado en favor del que aparentemente no tiene nada que ofrecer, pero que no obstante es parte de nuestra humanidad y por tanto una variante de nosotros mismos.

En las empresas ese flujo circular ocurre como si se tratara de su pulso vital. Éstas viven por lo general compitiendo consigo mismas, sin perjuicio que las demás empresas con las que coinciden, les sirven de referencias en la búsqueda de mejores propuestas.

Por supuesto que existen también desviaciones y actos reñidos con la ética. Pero esas acciones se alejan por sí mismas de todo desarrollo humano verdadero y sostenible.

¡Gracias por las “competencias” de Maturana!

El universo es un misterio expansivo en el que somos. Pero nuestro existir individual también es, igual de infinito, tanto como lo es una gota de agua respecto del océano entero. Así también y en vísperas de las Glorias Navales, valga observar que será en nuestra memoria un Arturo Prat el que hará saltar nuevamente a Chile al abordaje de su libertad y no la Patria, el abstracto de heroísmo que será capaz de ser persona.

Un Estado Bienestar denota el opuesto de lo reflexionado, puesto que ese pequeño todo, aún siendo más que la suma de sus partes, no sustituirá jamás a esas irrepetibles partes que lo constituyeron. Análogamente, en el mundo de la empresa los propósitos corporativos sólo podrán vivir en tanto existan en todos sus colaboradores.

La igualdad no puede ser el límite de nuestras posibilidades, tal como la libertad no puede desentenderse de nuestra dignidad humana.

Necesitamos un Chile competitivo y cooperador. “Id y enseñoread la Tierra” es una impronta exigente en la que nadie sobra.

 

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