En Viaje

Me contaron —o me enteré— que partió de viaje. Algunos destinos los conocía y otros le resultaban claramente nuevos e insospechados.

Estaba expectante, sobre todo por esos destinos desconocidos, aunque los otros, esos guardados prístinamente en su memoria, también le movían el piso. Mal que mal, cambia, todo cambia, y las visitas al pasado no resultan, porque el hoy nunca podrá ser ayer así de buenas a primeras o, bien, nunca logrará abrirle la puerta a la nostalgia para que salga de paseo con su niñez.

En los días previos estaba agitado, parecía un niño antes de la Nochebuena, esperando los regalos con ansias.

Vino a verme entonces… o quizás sea que en este relato me estoy dejando llevar por la imaginación.

El asunto es que esa amistad mía necesitaba saber acerca de ese lugar. Me preguntaba sobre las costumbres y oficios de sus habitantes, si eran amables, si resultaban acogedores y, qué decir, sobre sus anhelos y horizontes.

—¿Qué comen?
—¿Cómo se visten?
—¿Qué religión profesan?
—¿En qué nos parecemos y en qué nos diferenciamos?

Entonces le pregunté por qué le preocupaba tanto este embrollo y me confesó no saberlo, que los tiempos estaban cargados de incertezas y que este viaje ya se salía de toda su ancha, inasible y profunda plegaria.

—Mira —le dije—, será el viaje de tu vida.

Su rostro constreñido me hizo ver que no estaba para bromas y no tuve más que detener mi lectura de su alma con el silencio de los sentidos.

—Es que tú sabes de dónde vengo…

Y esto de la pasividad del tiempo detenido o, sencillamente, inexistente, me superaba claramente.

—Es que visitarás la Tierra y me dirás que en ella se vació la eternidad.

—¿Cómo? No te entiendo y me urge que entres en razón. Yo solo me encuentro en viaje y tendré que dar cuenta al respecto.

No era que la Tierra estuviera pariendo un corazón, sino más bien que su Reino sin fin no sabría, quizás, cómo caber en su conciencia distraída y desasida de Dios.

—¿Y qué cultivan?
—¿Qué vocación los mueve?
—¿Hacia dónde van?

—¡Bueno! Me acorralas y es evidente tu ansiedad, así es que te diré…

El oficio es amar.

Mira, se trata de una escuela celeste en la que las almas soberbias pueden ser capaces… pueden volver a ser capaces de llegar a amar. Se les da una vida precaria de tiempo a ver si recuperan su eternidad.

—Pero sabes —me dijo—, que eso es imposible.

—¿Cómo el gusano que corroe habrá de tragarse la eternidad?

—Bueno, bueno, ¡bueno!

Es que ahí te doy un punto. La vara es que cada cual sea capaz de amar a los otros como a sí mismo. Si logras ese salto de perfecta estatura, habrás ganado tu eternidad.

—Porque tú sabes…

Una higuera da higos. Y si no, se corta.

El amor solo con amor se salva, no se abaja ni se encumbra, solo se hace hijo pródigo… y ahí mismo se abre para siempre el paraíso.

—¿Y cuándo partes? —le pregunté.

—Voy en camino.

—¿Y cuándo llegas?

Por un instante, el planeta celeste le pareció… o fue que contuvo el todo en el corazón de un niño, de bien en llamarse Lourdes o Pedrito, o de ser amistad de esos tiempos de DAR, y su efímero pedazo de tiempo se vistió de esperanzas, amor y eternidad.

Al día siguiente, la higuera dio sus frutos y el futuro iluminó ese viaje que nos acompaña la vida entera… a la eternidad.

 

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