La Toma

Febrero va cerrando el periodo estival, ese de tránsito a la praxis de las responsabilidades plenas, esas que “habitan” como se dice en estos tiempos, más concentradamente en el resto del año.

El país entero, infante o adulto, entra de alguna manera nuevamente a clases; al ejercicio del hacer desde la añoranza del ser, un año más entre anhelos y realidades.

En nuestro querido Chile, un vistazo acerca de las utopías en ciernes, emerge desde la toma en San Antonio. Terrenos con dueño, ocupados hace ya mucho, en los que la autoridad ha rehuido el ejercicio activo de sus deberes. El desalojo, más allá de las precariedades de sus ocupantes en propiedad ajena, se aprecia derrotado. Y la usurpación de lo propio, lo de sus dueños legítimos, surge como la moneda de cambio en pago a la dignidad o la justicia social con los que tienen menos.

La propuesta va dejando en inoperancia la práctica vigente pero ya con tintes de absurdo si la analizamos con este nuevo prisma, en la que el Estado de Chile licitaba terrenos para la construcción de viviendas mediante los famosos DS19 y DS50, y les otorgaba subsidios a los futuros propietarios de esas viviendas. Ese proceder se va enredando, tal como cuando damos vuelta un calcetín, puesto que la aceptación tácita de las usurpaciones, desconoce la propiedad y el precio o las condiciones de negociación para llegar a un acuerdo con los nuevos “propietarios de hecho”.

El problema es que la toma advertida en el radar noticioso de estos días, junto con aletargarse por la amnesia ambiente, al parecer no responde a un hecho aislado, sino más bien a una nueva propuesta ética que viene intentando normar nuestra vida ciudadana y lo que entendemos por libertad y bien común.

El rol subsidiario del Estado va dejando paso a una nueva iniciativa de “Estado de bienestar” y a la vez de rector de las iniciativas que concretarían esa idea de bien común. Va tomando forma una especie de ventrílocuo de las esperanzas ciudadanas y de la idea de libertad en toda su extensión.

Codelco, en su decretado silencio no en los hechos pero sí en sus razones, potestad y discernimiento, hace algo comenzó un equivalente a las usurpaciones, cuando sin licitación alguna aprobó una alianza con SQM para la explotación del litio. Así la empresa de todos los chilenos abandonó de facto su procedencia y entró a la cancha de los negocios, sin los riesgos hostiles de los privados y de la mano de algunos casi ex privados a secas, que sucumbieron ante sus propuestas.

Otro tanto semejante va leyéndose de la mano de las interpretaciones respetables pero derechamente ideológicas y sin sustentación jurídica, que retrasan los permisos y por sobre los fallos ausentes de fuerza, reconvienen y paralizan iniciativas como el proyecto Dominga, cueste lo que cueste. Así también se va moviendo el Estado cuando en los hechos produce cambios sobre recursos ajenos. Y escuchamos a la Ministra Jeannette Jara, argumentando respecto de la reforma previsional, que para aumentar las pensiones se necesita plata y que los que están a favor que sus ahorros se vayan enteramente a sus cuentas individuales, no son solidarios. Casi, como si el 38% de los deudores que mantienen al día el pago de sus créditos CAE, fueran poco solidarios con los que no los han podido o no los han querido pagar.

Y se repite esta nueva propuesta de moral social, cuando tras un apagón nunca visto, el Presidente sale a fustigar duramente a la empresa privada y a recalcar sus ineficiencias intolerables, mientras tantos anhelos de colas de esperanzas y de urgencias van quedando detenidas, sin identificación de nadie que deba temer un caiga quien caiga anónimo y hueco.

Lo esperanzador es que ya resulta evidente que en este tiempo no ha habido nada de improvisación. Que todo se trata de una idea de sociedad, que provista de poder, viene intentando convertir los deberes en derechos, aunque para sustentar la caja pública, al final siempre se necesite plata. Pero también eficiencia, también esfuerzo y esa idea de caridad que emerja en subsidio para ser capaz de llegar sólo a quienes la necesiten, para que los demás la puedan financiar. Hoy por ti, mañana por mí.

¡Esperanza en el futuro que requieres futuro en la esperanza!

El optimismo nos regala destellos de esperanza y nos insinúa que ella se encuentra refugiada en el poder de los votantes. Esa toma falta que adquiera protagonismo. Esa de nuestro propio ser que llevamos a cuestas, y que nos pide hacernos cargo de nuestros actos. Que dejemos de acostumbrarnos a una propuesta Vivaldi, que hipnotice nuestra negación de lo que veíamos venir.

 

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