No más AFP

La foto en que la Ministra del Trabajo y el Ministro de Hacienda se abrazaron tras la aprobación a la reforma previsional, fue elocuente y quedará para la historia efímera de estos años. Quienes deseaban eliminar las AFP, no podían ocultar su regocijo por este regalo venido de la “democracia de los acuerdos”.

Alegría porque no habiendo logrado su objetivo, señalaban que tuvieron que ceder. Pero estaban alegres porque se abrían nuevamente en Chile las alamedas para la seguridad social de sus entendimientos, y el lucro con los ahorros del pueblo comenzaba a redactar su fin.

Enero es en algo descanso y tiempo libre, de reponer energías, pero también de mayor calma para meditar. Para reflexionar en modo “presado” y “fusente”, permitiéndonos incluso, que hoy sea 32 de enero.

Mientras escribo, recuerdo la tradición de los años setenta y ochenta, de esa época de la otrora seguridad social armada con cajas previsionales que funcionaban en modalidad de reparto. Muchos abuelos acostumbraban regalar a sus nietos al nacer, una libreta de ahorro del Banco del Estado. Para que pudieran anticiparse a lo que ellos ya vivían, a ese abrir y cerrar de ojos de la vida que nos transita de la infancia a la adultez y de la adultez al júbilo de los años dorados que anticipan el rito de nuestra propia muerte.

No más AFP porque las pensiones actuales son de miseria y por lo tanto la promesa de la reforma de 1982 no se cumplió. Es cierto, de cada peso existente en las cuentas previsionales, claramente auditadas y transparentes, un treinta por ciento fue ahorro y el otro setenta por ciento rentabilidad. Pero las AFP lucraron con la plata de todos los chilenos. Perdón, con la plata de propiedad individual de cada chileno egoísta y poco solidario, de esos que en todas las encuestas estaban a favor que sus ahorros fueran íntegramente a su cuenta individual.

No más AFP porque estas no fueron capaces de resolver las lagunas de los ahorrantes. Debieran haber generado más empleo para que esas lagunas de sequías, desaparecieran.

No más AFP porque no se hicieron cargo de lograr que las expectativas de vida al nacer, efecto colateral del desarrollo, aumentaran con más cultura de ahorro, con más empleabilidad y con costos de vida menores. Para vivir más con menos gastos, casi con esperanzas terrenales de eternidad.

No más AFP porque fueron irresponsables con tanta evidencia a ojos vista, de permitir los retiros previsionales, esos que mediante fraude de ley desfondaron el tesoro para la vejez, en un equivalente a unos ocho años de cotizaciones previsionales sin lagunas.

No más AFP porque la necesidad de incrementar la tasa de ahorro así, sencillamente, sin eufemismos, la venían discutiendo los políticos desde hace más de doce años y no hubo acuerdos.

No más AFP para que la solidaridad sin rostro, semejante a los estudiantes sin patines, pueda inflar  sus contribuciones como las notas escolares; y los artilugios para hacer cuadrar la platas “nocionales” sean en el futuro, responsabilidad de los que ya murieron.

No más AFP porque por alguna razón, a estas no se les entregó la administración de los fondos de cesantía, siendo que perfectamente podrían haberlos administrado como autorizaciones de retiro desde las cuentas personales.

No más AFP porque las licencias médicas debieran poder operar mediante copago con cargo a retiros decrecientes a sus beneficiarios, financiables desde sus ahorros previsionales, para inhibir el abuso gratuito de éstas.

Enero que partes con una clase cívica de comprensión acerca de la diferencia entre encrucijada y discernimiento, entre esfuerzo y recompensa, entre palco y ruedo. Es cosa de cultura dicen algunos. Igual que en las empresas cada vez más llenas de normas que debiéramos capitalizar antes individualmente en nuestros corazones y no gritarlas por parlantes anónimos a los más ricos de cualquiera incómoda riqueza ajena.

Una pena porque todo se ha tratado de “poder”. De establecer la potestad y gobernanza sobre el tesoro del ahorro. Los políticos en representación de los trabajadores, han decidido trasladar la alcancía de estos últimos, desde el mercado de capitales al tesoro público, a esa bóveda que salvo muy escasas excepciones, es de nadie y a la vez, un botín o tesoro para unos pocos.

La historia nos sopla algunas cosas para el devenir de nuestras vidas, pero siempre las experiencias propias son las caras y las ajenas las baratas.

 

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