¿Quo Vadis, Chile?

“Lugar en donde se cruzan dos o más calles o caminos”.

“Situación difícil en que no se sabe qué conducta seguir”.

 “Ocasión que se aprovecha para hacer daño a alguien, emboscada, asechanza”.

El diccionario de la lengua española define “encrucijada” en las tres acepciones precedentes. La encrucijada por tanto, describe una suerte de conflicto que nos obliga a detenernos y a optar por alguna de las alternativas que se nos presentan. Nos fuerza a decidir por uno u otro camino, a tomar la opción que represente en efecto la elección de una alternativa sobre las demás.

Cuando dos caminos se cruzan, no podemos optar por ambos. La encrucijada pone en cuestionamiento nuestro destino, y nuestra decisión debiera justificarse en mérito de éste.

La histórica “democracia de los acuerdos” (nacida y referida al caso de los sobres que en el gobierno del Presidente Ricardo Lagos fueron entregados en subsidio o complemento a las remuneraciones de algunos funcionarios públicos de excelencia), quedó rebotando, latente, como una conducta deseable de la buena política. Gobierno y oposición se pusieron de acuerdo en ese entonces para salvar el conflicto.

Y por supuesto, esa práctica de origen poco feliz, se instaló sin que nos percatáramos de su verdadero significado y consecuencias.

En el andar de nuestra democracia, dañada, reparada y recuperada, el camino se nos fue presentando siempre tal como es que los caminos lo hacen, con sucesivas encrucijadas que sin tener lo referido precedentemente claro, fueron dando pie al dibujo de rutas distintas, hasta que el sistema binominal cedió, dando la bienvenida al modelo vigente.

Y las “encrucijadas” no tan solo se multiplicaron, sino que además difuminaron de los caminos, sus destinos.

Cuando nos encontramos ante una encrucijada, no podemos acordar, sino discernir por uno u otro camino.

¿No será eso lo que le ha ocurrido a la política últimamente (me refiero a lo que le ha devenido paso a paso en los últimos treinta años)?

Importante pregunta si caemos en la cuenta que esa mala práctica referida a la “política de los acuerdos”, tuerce en el discernimiento y en el actuar de sus incumbentes, la nitidez de los probables destinos y termina atorando las ruedas de sus carros, inoperante, viendo cómo la realidad se aleja de ella.

Discernir: “Distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas”.

El discernimiento es otra cosa. Dice relación con el espacio de los acuerdos para la solución de problemas relacionados con un destino conocido. Cómo erradicar de mejor forma la pobreza, cómo fomentar el ahorro, como mejorar la educación y hacer crecer el capital humano para las siguientes generaciones. Cómo erradicar las listas de espera en la salud, cómo hacer crecer el empleo, cómo lograr y garantizar la paz y la sana convivencia, cómo planificar la ciudad, cómo construir confianzas, cómo.

Hoy le llamamos “ultraizquierda” y “ultraderecha” a dos caminos, cuando la realidad es que en su base representan dos destinos, sobre los que deambula una clase política sorda a las realidades de sus electores.

Destino y camino van juntos pero es el camino el que conduce al destino, tal como la causa es la que explica la consecuencia. Lo dicho, aunque mutuamente en algo sean causales las unas de las otras, tal como los sueños modelan nuestras realidades y los prejuicios nuestros actos.

Pero otra cosa es cuando los derechos anteceden a las obligaciones, los resultados al esfuerzo y los fines a los medios.

En el mundo de la empresa no es distinto. Es muy fácil definir metas y resulta mucho más complejo lograrlas. Y está claro que es el camino para llegar a la meta el que importa y no la meta en sí misma.

No obstante, no es raro, es más, resulta bastante frecuente ver cómo a veces decidimos modificar las metas si no somos capaces de cumplirlas y adecuamos nuestra mirada al camino desviado, enderezándolo al menos en nuestra conciencia.

Es probable que Chile no se encuentre radicalizado, sino más bien, que la condonación del CAE, como la mano dura al “crimen organizado” y tantas otras metas propuestas, sean meras aspiraciones carentes de los caminos que nos conduzcan a ellas.

Pero septiembre siempre ha sido generoso con nuestra patria. Ojalá cosechemos sus señales inequívocas y en vez de encrucijadas, seamos capaces de discernir sobre lo que por nuestras conductas mereceremos tarde o temprano.

 

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