Sin luz

En estos días aciagos, tolerantes a las realidades que ya no causan sorpresa, Venezuela, dicen las autoridades que sufrió un apagón. Igual que tiempo atrás en México, en pleno proceso eleccionario, alguien con demasiado poder o sencillamente una desgracia impertinente, dejó sin transmisión el conteo de votos. Coincidentemente y sin que se entendiera razón alguna, a los apoderados de las fuerzas opositoras al Gobierno se les impidió ingresar al ente electoral.

En nuestro querido Chile la comunidad venezolana se agolpó en las calles cercanas a su embajada, como debe haber sido en todos los puntos receptores de sus hijos desterrados. Siete millones de venezolanos privados por de pronto de su suelo pero no de su patria, de esa que guardan sin duda en sus corazones, prendieron velas y gritaron esperanzas de libertad.

Pero no les bastó. Poder no significa autoridad.

El partido gobernante, poseedor del monopolio de las armas, acusó intentos de golpe de estado de los fascistas y sin vergüenza alguna, expulsó los anhelos y las posibilidades de libertad que una vez más, no vieron la luz.

¿Cuándo fue que se “jodió” Venezuela? ¿En qué minuto permitió que el poder transgrediera el respeto a sus instituciones? ¿Cómo fue que la intolerancia instaló el chavismo por sobre tantas opciones de mejor destino?

En los tiempos de las redes sociales y de la inmediatez, las fronteras son más difusas y cuesta separar la realidad local de lo que ocurre en nuestro mismo continente, lo mismo que en la locura de mundo en que vivimos, inmersos en la inmediatez de los tiempos.

Pero quisiéramos creer o creemos aun que Chile no es Venezuela. Nos miran ellos y todavía nos admiran, aunque no entienden en qué clase de entuerto nos hemos metido.

En nuestro querido Chile, por cierto, no tenemos dictadura. Aquí existe el estado de derecho y las instituciones funcionan. Quisiéramos creer que es así. Y por lo mismo, nos hacemos los distraídos con la delincuencia y desearíamos también apagarnos un rato para no mirar en serio lo que nos está sucediendo.

Que a nadie se le ocurra declarar con más convicción y fuerza, que el estallido social fue, sin eufemismos, un intento de golpe de estado en plena democracia y que la brisa bolivariana estuvo ahí presente, en unas cuantas noches de furia en las que treinta pesos, aparentemente, fueron el detonante de una oportunidad perfecta para derribar iglesias, respetos, y todo lo que pudiera etiquetarse como propio de una cultura “neo liberal”.

La “ultra derecha”, reconocida así como toda fuerza distinta al progresismo, tuvo que allanarse a firmar un acuerdo por la paz y una nueva constitución. Pero Chile aguantó presuntamente el chaparrón, y los intentos refundacionales. Los vítores a los héroes del estallido en la oscuridad, recibidos en la antigua sede del Congreso, fueron rechazados en las urnas resistentes todavía a los inesperados apagones.

Esta es una columna que intenta influir e inspirar valores en el mundo de la empresa. No tiene que ver con la política. ¿Pero es acaso la guerra, resultan acaso las tragedias o los grandes acontecimientos ser intrascendentes para sus organizaciones intermedias?

En este tiempo en que lo sorprendente no vive en nuestra atención más de un par de días, de cara a las elecciones que se avecinan en nuestro país, una idea de legislar ha intentado introducir aspectos muy sensibles a nuestro sistema de elecciones. Eufemismos, voto obligatorio sin multas, distingo entre ciudadanos y electores, dos días en vez de uno para el acto eleccionario. Ruidos de apagones.

Sin luz lo que suele quedar oculto es la verdad. Las mentiras buscan en opuesto pasar desapercibidas.

¿Nuestras instituciones funcionan realmente? ¿Cuántos años faltan para que nos encontremos intentando descubrir cuándo fue que se jodió Chile?

Corrupción en el poder judicial, desafección extrema entre el poder político y la ciudadanía, reforma educacional caótica, informalización progresiva del empleo, dádivas en vez de subsidios. Gasto fiscal creciente, acuerdos público privados sin licitaciones, irrespeto a las luces rojas. Como decía el tango, el que no llora no mama, que primero los derechos y después, muy después el fruto esperado del esfuerzo.

¡Prendamos la luz querido Chile!

De nuestras propias convicciones depende que elijamos a los mejores. De nuestro voto que bien gastemos en los más necesitados en vez de permitir que a oscuras nuestro esfuerzo se esfume en promesas vanas.

Hace rato que nos encontramos a nivel país trabajando por debajo de las cuarenta horas semanales, hace rato que a oscuras se vienen debilitando los pilares de nuestra voluntad y la moral de nuestras actuaciones.

Prendamos la luz a tiempo. Antes que el poder ahogue la autoridad y mande apagones de futuro que deberán resolver nuestros hijos y nietos, cuando nosotros ya nos hayamos ido.

 

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