Viviendas dignas
“Me llamo Violeta pero me dicen Viole”. Ella tenía dieciséis años, era tímida, pero también donante de una sonrisa espontánea. Había viajado junto con su madre desde Llay Llay, porque se venía a trabajar a nuestra casa de Quilpué.
Yo tenía no más de siete años y me llamó la atención que la Viole no trajera zapatos. Mi madre fue a buscarle unos que le quedaron bien y ese primer día de la Viole se me quedó atrapado en mis memorias viejas e imborrables de ese Chile de los años sesenta, cuando no contábamos más de ocho millones de habitantes en toda la Patria. No me alargaré mucho con esta historia ni correré el riesgo de idealizar la pobreza. Pero es que falta tan poco para el 4 de septiembre. Y esta es una columna que habita en el mundo de la empresa, organización intermedia, cantera de talentos de torrente sanguíneo, en la que el cuerpo social entrega y recibe, transforma y aprende. Como un salto brusco de tiempo me traslado ahora a su casa. Porque la Viole debe haber permanecido unos cinco años con nosotros y luego contrajo matrimonio con un buen hombre, un camionero que se la llevó nuevamente a sus tierras queridas. Allá fuimos un día a verla y entre sonrisas transparentes, también hicieron espacio las emociones, sobre todo para mi madre al ver tantos detalles recogidos desde nuestro hogar. Flores, una Virgencita, calor de familia y de esperanza. Un almuerzo bien campestre y todos los deseos imaginables para que los mismos no se nos deshicieran con el olvido. No la vi más. Pero intentando honrar el título de lo que pretendo compartir, no encontré mejor comienzo que ese. Y aquí estoy, como tantos mirando un Chile tan distinto, como si la misma patria se sintiera harta de lecturas extraviadas y confusas. De ese Chile con un ingreso per cápita anual de 505 dólares americanos me salto a los comienzos de los 70. No es que a ese punto de tiempo pertenezcan todos los ejércitos de huracanes, pero sí el dedo inquisidor de las desigualdades, de los Caín y Abel de nuestra historia sin fin y de Marx por supuesto y su ideología de la lucha de clases arrastrada desde la revolución bolchevique de 1917, encriptada más adelante en la construcción de un muro divisor de trigo y cizaña. Nuevamente me enredo casi de manera enfermiza en la reforma tributaria, la macrozona sur, los portonazos y las polarizaciones, y de pronto me encuentro con el primer discurso que el Presidente electo Salvador Allende pronunciara el 5 de noviembre de 1970 en el Estadio Nacional: “De los trabajadores es la victoria. Del pueblo sufrido que soportó, por siglo y medio, bajo el nombre de independencia, la explotación de una clase dominante incapaz de asegurar el progreso y de hecho desentendida de él”. Entonces se me viene a la memoria el año 1977, de cuando rendí la prueba de aptitud académica de ingreso a la universidad. Fuimos 180.000 postulantes para cubrir 36.000 vacantes. Y ese dato duro no lo puedo separar del 36,8% de votos con que Allende se sintió en el derecho y más, con el mandato de hacer una revolución. No más injusticias, no más desigualdades, no más buena vida concentrada en unos pocos. Y me pregunto quién será esta vez el ventrílocuo de Dios. Falta poco para el próximo 4 de septiembre. Voy al diccionario y confirmo que “dignidad, hace referencia al valor inherente del ser humano por el simple hecho de serlo, en cuanto ser racional, dotado de libertad”. ¿Y las viviendas dignas? ¿Las 260.000 viviendas dignas prometidas? ¿Y los trabajos dignos con sus improntas de a igual pega igual paga? Promesas en la medida de lo posible, no requeridas de méritos, sueños de igualdades que castigan cada particular destreza. Dictadura de un mar que no quiere saber del mérito de sus gotas, mas sólo garantizarles ley marcial contra las injusticias y los sueños propios. ¿Qué material será capaz de darle a una vivienda su sello de dignidad? ¿Serán los barrios atestados de delincuencia los contextos propicios para edificarlas? Derechos sin necesidad de arado, sin mano firme puesta en el surco. Derechos en la medida de lo posible pero comprometidos con una refundación total, para desandar los caminos que nos unen y abrazar aquellos dulces al paladar y amargos en las entrañas. Quizás el milagro consista en que por este camino logremos remecernos inspirados en la Viole, y salvar nuestro pequeño habitáculo de lodo. Ese día volveremos de seguro a sentir esa llama escondida, esa que siempre ha habitado en el interior de nuestras únicas y verdaderas “Viviendas Dignas”.
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