Windows 11

Recientemente me llegó un mensaje a mi notebook, informándome que mi última licencia perpetua dejará de serlo. Que Windows 11 ya no recibirá respaldos o inclusiones de parches y demás ajustes, de manera que no podrá garantizar su correcta funcionalidad o armonía con el resto de su universo.

Era el paso, me di cuenta, que faltaba para aceptar la obligación de migrar a la nube y pertenecer finalmente por la fuerza de los hechos al reino gobernante del progreso infinito, transitado por la ruta de la obsolescencia programada y continua.

Me caló hondo este decreto, sin duda, por la generación de la que formo parte.

El número ese me arrastró inevitablemente al 20 de julio de 1969, cuando el módulo lunar “Eagle” de la misión “Apolo 11”, alunizó en el Mar de la Tranquilidad y Neil Armstrong pisó, y caminó el hombre por primera vez sobre su luna. Yo fui testigo, tenía doce años en ese entonces, de algo nunca visto y que jamás olvidaré.

Años después tuve la suerte de visitar el Museo Espacial en Washington y ver la réplica del Módulo Lunar. Las carabelas de Cristóbal Colón me parecieron portentos en comparación con esa cáscara de nuez que abandonó la atmósfera celeste de nuestra tierra para tomar propiedad sobre su luna.

Ahora me pregunto, de vuelta al presente, por qué será más complejo que esas pretéritas hazañas, entender la realidad que hoy nos envuelve. Si ocurrirá que el saber hacia dónde vamos, resulte indispensable para encontrar sentido a la ruta que escogemos.

Porque escucho por estos tiempos que no hay que quedarse atrás. Que siempre debiéramos mirar el futuro con ojos nuevos, como por de pronto reza el “claim” de nuestra Consultora.

Y medito todo esto en paralelo con la lectura del libro “El señor de las moscas” de William Golding, en el que desde hace un tiempo, a ratos, me encuentro sumergido. Es que una frase me ha dejado detenido en ella, sin poder abandonarla. En el contexto de la obra, unos niños y adolescentes que han sobrevivido a un accidente aéreo, se encuentran atrapados en una isla. Necesitan organizarse y aparecen los liderazgos chocando con la madurez de sus edades. El caos es evidente y de pronto el autor dispara un Nobel de reflexión pura sobre el líder de la escena: “Inseguro en la cumbre de la urgencia, en la agonía de la indecisión”. ¡Qué frase más llena de juicio!

En paralelo y mientras escribo estas líneas, mantengo encima de mi mesa redonda, abierta, la reflexión de Cristián Warnken en homenaje a Gastón Soublette. Despide al maestro y en un párrafo lo testifica “haciéndolo eco” de la dramática pregunta del poeta T. S. Eliot: “¿Dónde quedó la sabiduría que se convirtió en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que se transformó en información?”

Quizás, pienso, o más bien me explota una certeza presente. Que el progreso exige que lo escudriñemos en rectitud con lo que estamos llamados a ser.

No busquemos en las instituciones ni en los inventos lo que se encuentra guardado en nuestra esencia. Transformemos el mundo en beneficio de bien ser lo que somos y no en destruirnos en el ejercicio de nuestra propia libertad.

Las hojas de otoño no piensan, no tienen voluntad y sin embargo cumplirán en los próximos días, puntalmente, su escisión para caer a la tierra y hacerla fértil. Nosotros en cambio, dotados de inteligencia y capacidad de amar, pudiéramos desobedecer al mandato de ser en consecuencia, para perdernos sin dar los frutos de nuestra verdadera identidad.

Por estos tiempos venimos siendo hace rato testigos de un nuevo lenguaje que pretende instalar otro principio, con otras palabras que sean la deconstrucción de las que fueron, de forma que otras realidades nos conduzcan hacia otras lunas desconocidas.

Ese nuevo lenguaje nos escinde de la esperanza prometida, de nuestro paraíso en el que la Verdad será la luz de los hombres sin tiempo. Y si por los frutos los conocerán, ¿Qué idea o juicio se formará entonces la Verdad, acerca de los nuestros?

Atrapados por estos días se nos han caído las instituciones y atónitos constatamos en nuestro querido Chile y no menos que en el mundo entero, que nuestras pobrezas no se explican por falta de recursos, sino por la moral de nuestras actuaciones. Y condenamos los abstractos de las instituciones o de los colectivos tales como el sector público, el poder legislativo, los médicos, los empresarios o la clase política. Cuando sabemos clarísimamente, que la moral sólo le cabe en salud o enfermedad, únicamente a cada persona.

Eran doce pero quedaron once. Y llevaron la buena nueva a todas las naciones.

 

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